Me he enterado que la Nocilla se hace ahora sin aceite de palma, sí ya lo sé, voy muy tarde para todo, pero es lo que tiene contar con un número muy limitado de neuronas. No sé a ustedes, queridos lectores, pero a mí me han roto un trocito de infancia. Dónde queda aquello de: «leche, cacao, avellanas y azúcar…» tanta veces canturreado en el patio del cole. ¿Por qué no pusieron también en la letra de la cancioncilla lo del aceite de palma?, porque no rimaba, o porque piensan que para lo tonto que somos ya era demasiada información. Vaya decepción. Ahora bien, que no se flipen los de Nutella, que también se anunciaban como el desayuno saludable y llevan cantidades ingentes de azúcar y grasa, así que tal para cual.
Ya sabíamos que Red Bull no da alas, sino más bien un subidón de azúcar, cafeína y taurina que te pone el corazón a más pulsaciones de las que va Rivera en un debate. También sabemos que Actimel lleva toneladas de azúcar y no aumentan una mierda nuestras defensas. O que el Jesextender no agranda ni un milímetro el tamaño del pene, este artilugio aún se sigue vendiendo en Armazon, me lo ha dicho un amigo (aquí va el emoticono de sonrisa picara, para el juego de los dobles sentidos. Queda un poco humor Arévalo, pero se ha de respetar el libro de estilo de «Es Diari», esto no es la revista «Mongolia»).
Sabemos que la publicidad miente, de acuerdo, pero aun sabiendo que son grandes embusteros, funciona, es decir compramos lo que ellos quieren, cuando ellos quieren, y al precio que a ellos les da la gana. Los grandes hombres del marketing nos hablan de la gilipollez de crear marca, valor de marca, ser nuestra propia marca, menudo postureo. Parecía que algunas grandes marcas nunca caerían, como Banesto, Lehman Brothers, Olivetti o Blockbuster, y mira tú, ya no existen. Unas por ladrones, y otras por no adaptarse a los tiempos. De todas esas marcas solo se añora a Olivetti, las máquinas de escribir tenían un rollo muy especial, y además daban trabajo también a los fabricantes de típex.
El caso es que nos la meten doblada con suma facilidad. Deberíamos saber que la pota es calamar gigante (pota del Pacífico) y no pulpo. Pero en muchos platos precocinados, o latas de conservas, lo preparan de tal manera, aprovechando cierta semejanza en los tentáculos, que nos pueden dar pota a la gallega en lugar de pulpo. Felices de la vida nos lo zampamos, igual que nos tragamos, sin pestañear, que somos consumidores exigentes que con nuestras compras podemos cambiar el mundo. Como diría un hombre descontextualizado «pero que me estás container». Esa milonga cuesta más de engullir que un polvorón en agosto a las 5 de la tarde, por poner un ejemplo a lo tonto.
Aunque a Kant su imperativo categórico le impidiera mentir: «El ser veraz (sincero) en todas las declaraciones es, pues, un sagrado mandamiento de la razón, incondicionalmente exigido y no limitado por conveniencia alguna», la verdad es que al resto su imperativo nos la bufa. Somos la sociedad del engaño, la patraña y la falacia. Basta echarle un vistacillo a las promesa de los candidatos a alcaldes, para saber, desde ya, que no cumplirán ni la mitad de lo que ponen en sus panfletos. Y que por más que nos regalen globitos y chapas, sus pueblos no pasarán nunca a ser la tierra prometida de la felicidad. Solo un ejemplo, ninguno ha mejorado el grave problema de vivienda. Lo cierto es que más de uno le ha puesto a sus promesas electorales mucho aceite de palma. Hala, aquí lo dejo, feliz jueves.