El azúcar no engorda, el que engorda es el que lo toma. El azúcar sirve para endulzar alimentos, y por extensión se dice que se puede «edulcorar» una situación o una noticia, lo que no significa que le quitemos lo que nos hiere o nos es perjudicial, solo lo endulzamos, lo suavizamos. En inglés lo dicen todavía más claro, dicen «cubrir con una capa de azúcar» (sugar-coating) y lo aplican tanto a los alimentos y medicinas como a las situaciones en las que uno pretende quitar hierro a cualquier realidad desagradable. Recuerdo que Fernando Rubió me explicó una vez que había creado Glefina, un reconstituyente para niños, y que el secreto era ponerle azúcar, porque ya se sabe que el aceite de hígado de bacalao y demás tónicos infantiles sabían mal. Don Fernando tuvo muchísimo éxito edulcorando el medicamento, algo que después se generalizó en los laboratorios. No sé si eso es exactamente lo mismo que indica la expresión «dorar la píldora» (dulcificar, disimular un daño o perjuicio, una mala noticia) pero de algún modo se le parece. Lo que está claro es que conviene enfrentarse a la realidad, por dolorosa que resulte, porque no sirve de nada esconder la cabeza bajo el ala, es decir, negar algo que no nos guste, escapar de los problemas (por cierto, dicen que los avestruces no esconden la cabeza, que es un mito que comenzó con Plinio el Viejo antes de que naciera Jesucristo). También resulta contraproducente la sobreprotección a los niños, y en el plano meramente alimenticio dicen que el azúcar crea adicción y a la larga resulta perjudicial para la salud.
La Organización Mundial de la Salud recomienda no tomar más de 25 gramos de azúcar al día, porque el sistema nervioso central no está preparado para recibirlo en grandes cantidades. Se aconseja el consumo de frutas, verduras y cereales integrales. Eso sin contar problemas de obesidad y otras enfermedades. Sin embargo, se asegura que el 56 por ciento de los productos alimenticios de un supermercado contienen azúcares añadidos. ¿Por qué será? Sencillamente, porque los fabricantes saben que el azúcar es en cierto grado adictivo y todo lo dulce se vende mejor. Pero es que en el plano moral también ocurre lo mismo. Es posible que la confesión y el perdón de los pecados sea uno de los mayores logros del cristianismo; es una terapia antiquísima, un psicoanálisis con la oferta del cielo, la felicidad eterna para el pecador arrepentido. Felicidad eterna, ¿existe una mayor cantidad de azúcar?