Los resultados del 10-N han desbloqueado en 48 horas lo que había sido metafísicamente imposible durante seis meses. A la necesidad, virtud o a la fuerza ahorcan tras el avance del PP y de Vox, han concluido Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Los máximos responsables del PSOE y Unidas Podemos, debilitados al haber obtenido menos diputados que el 28-A, se han abrazado en el Congreso para anunciar un preacuerdo que había negado reiteradamente el secretario general del PSOE. No había otra alternativa que la gran coalición para evitar los terceros comicios.
En la madrugada del lunes Sánchez hacía recuento de daños con su jefe de gabinete, Iván Redondo. Decidieron llamar a Pablo Iglesias para diseñar el acuerdo, imprevisto por inesperado y descartado por los socialistas hasta el 28 de abril.
Aún resonaban los ecos de Ábalos y Carmen Calvo para proclamar que el PSOE había ganado las elecciones, cuando en realidad no había conseguido el objetivo de los 150 diputados. Todo se fraguó en la penumbra y en el secreto.
Advierte el maestro Enric Juliana que "el acuerdo está firmado pero faltan los números para afianzarlo. La derecha independentista catalana hará en las próximas semanas lo posible y lo imposible para que reviente. Esquerra Republicana tiene ahora la palabra".
Falta aún por escribir el final de esta historia.
El temerario e inconsciente Sánchez ha quedado en evidencia.
El recuento de daños incluye numerosos damnificados. El primero, Albert Rivera, que se equivocó al aspirar al liderazgo del centro-derecha español.
También el PSOE-Menorca, que, de una tacada, pierde al diputado y la senadora. La ejecutiva de Susana Mora debe realizar autocrítica para averiguar qué ha ocurrido desde el 28-A, mientras su primer adversario político, el PP-Menorca, cobra la pieza más codiciada: el acta de senador. Se abre un nuevo escenario en la política insular.