No se entiende lo que pasa actualmente, sin tener en cuenta que el resentimiento se ha extendido como la pólvora gracias a la enorme capacidad de contagio psicológico que tiene entre la gente de toda condición. Las personas que lo padecen no suelen ser conscientes de su dolencia, aunque todas muestren síntomas evidentes. Sus palabras destilan bilis, su mirada refleja rencor, sus actos la rabia que les corroe. Es difícil encontrar la vacuna, la defensa, la curación que podría resultar milagrosa. Su animadversión se focaliza y canaliza contra alguien: enemigos imaginarios que les sirven de desahogo para la frustración y la rabia que sienten y tanto les atormenta. Ven la realidad con anteojeras. Alguien debería inventar un detector de resentidos. Tenerlos localizados y diagnosticados ayudaría a encauzar su mala leche hasta hacerla inofensiva. Minimizaría los cuantiosos daños que provoca.
Siempre ha existido el problema y erradicarlo parece utópico. Los fracasados o infelices traducen sus tormentosos sentimientos en pecados y defectos: envidia, rencor, odio, violencia…
Los felices no tienen tiempo para desperdiciarlo metiéndose con los demás. Lamentos, quejas, críticas, insultos… los resentidos se consumen entre su egoísmo, sus pequeñas maldades y sus malos modos. Las ideologías destructivas que triunfan ahora, son el molde perfecto para irlos fabricando. Su materia prima son las mentes vacías y los corazones rotos.