Era el viernes pasado cuando entré en una tienda de Maó y la dueña me confesó que «era un día triste». No le pregunté por qué, era evidente fuera de su comercio estaban matando seres vivos, los árboles del Camí des Castell. Sí, digo bien, seres vivos que no estaban enfermos y que hacían la fotosíntesis y sí, albergaban pajarillos. Puedo entender la problemática, no vivo en esa zona. Puedo entender las raíces que llegan a subsuelo y entran en los sótanos, puedo entender que los pajaritos son una lata a ciertas horas, y los mosquitos. Pero también puedo entender que se tenían que haber tomado medidas más acordes con el respeto al medio ambiente. ¿Qué cuesta dinero?, seguramente. Pero también se podía haber buscado un patrocinador (como en las rotondas) que hubiera puesto un dinero para sacar a esos árboles con sus raíces, y ser trasplantados en otros sitios.
Veintidós árboles matados con el criterio de uno sí, y uno no. No voy a compararlo con nada, ni nadie. Lo que sí quiero que quede claro es que eran seres vivos haciendo su función la fotosíntesis, y regalándonos oxígeno, purificando el aire.
Ahora entiendo por qué el lunes cuando volvíamos de la biblioteca pública mis hijos y yo, después de haber escuchado un cuento veía con atención dos hombres más altos que yo abrazándose a dos árboles en esta calle de camino a casa. Eran abrazos sentidos. En un principio me puse en alerta, creyendo que se trataba de una locura, mi grado de expectación-defensiva bajó a pensar en terapia, sé que hay personas que les gusta abrazar árboles, les relaja, les conecta con la naturaleza de su ser. Ahora sé que se estaban despidiendo. Les abrazaban para que sintieran lo agradecidos que estaban de su presencia, de todo lo bueno que les ha aportado el árbol. Y también, tristemente, de alguna manera les estaban dando el abrazo-beso de Judas.
Para qué queremos tecnología punta, para qué asustamos a la civilización diciendo que los robots nos sustituirán. ¿No podíamos haber empleado los avances tecnológicos para darles una mejor vida? Señoras, si no tenemos un cuidado responsable sobre la Natura, ella será quien nos quite de este planeta. ¿Qué hay del eslogan «No hay PLANeta B»?
Podría ser más hiriente y con causa si cabe en esta columna, pero solo me voy a limitar a honrar la vida de estos 22 árboles, y a que quede constancia de que algunos vecinos del Camí des Castell lucharon por salvarlos.
Quizás de aquí a unos muchos años vivamos la película «Wall-E» (2008) de Disney-Pixar, y tengamos un robot con la sensibilidad de un humano que guarda una planta verde en una bota, porque todo lo demás será un desierto.
Reflexionemos ¿qué planeta mejor vamos a dejar a nuestros hijos?