«Gastar dinero para que sea pagado por la posteridad bajo el nombre de deuda no es más que una estafa a gran escala a las futuras generaciones» (Thomas Jefferson).
¿Han oído hablar del banco malo? Por eso sabemos que los demás son buenos. También hay deuda buena o mala. En general, estamos en deuda y es de bien nacidos ser agradecidos. Hemos recibido mucho gratuitamente. No podemos despilfarrarlo. Esta isla es un tesoro y si queremos que nuestros hijos y nietos la disfruten, debemos ser conscientes de los peligros que la amenazan y ser responsables de nuestros actos para preservar su profunda belleza. Estamos en deuda con mucha gente, empezando por quien nos dio la vida y siguiendo por los que nos han enseñado o ayudado en este viaje existencial: familiares, profesores y amigos. También el amor de mi vida, que has sido tú, como diría Camilo Sesto. Nunca agradeceremos lo suficiente. Haciendo examen de conciencia, los recordamos con cariño, a los vivos y a los que ya no están con nosotros.
Pero hay una deuda mala que, como el banco malo, requiere prudencia para no caer en sus garras. Gastar por encima de nuestras posibilidades, uno de los pasatiempos preferidos de los que manejan dineros públicos, nos lleva a vivir endeudados. Y cuando vienen mal dadas, dejamos de devolver lo que nos han prestado. Nos niegan el crédito y viene el hombre del frac para recortar lo que haga falta.
La situación económica es para echarse a temblar.