Antes te aconsejaban que pusieses los pies en el suelo, cuando eras un melenudo idealista y feúcho que cantaba canciones románticas. Tierra firme. Solidez y certeza para construir el futuro. Rogando y con el mazo dando, el país fue mejorando. Y, de repente, terremoto, maremoto y se estropea la moto. Se mueve el paisaje. Caen edificios. Se derriban estatuas. Se reescribe la historia para que nadie se ofenda o moleste. Sigue la pugna entre los que intentan adaptar su cabeza a la realidad y los que quieren adaptar la realidad a su cabeza. La realidad no es lo que era. Ahora es etérea, hecha de bits, bytes y megabytes; y va substituyendo, inexorable, a la de carne y hueso. ¿Recuerdan la realidad anterior? ¿Alguien sabe dónde está la famosa nube? Allí donde lo tenemos todo almacenado. Donde viven nuestras fotos, nuestros sueños e, incluso, nuestro dinero. La realidad, ni tocarla. Se ha esfumado engullida por la tecnología. También los precios se ponen por las nubes y la inflación los va inflando. Cuando llueva, lloverán datos sobre nuestras cabezas. En algún lugar, alguien guarda nuestra información con intereses: son los nuevos banqueros que nos tienen fichados y conocen nuestros gustos, aficiones, preferencias y debilidades. Calla y mira la pantalla. Pensar es subversivo. Nuestra vida en la nube parece que flota. Es ligerita, banal, superficial. Nos dejamos llevar por los trending topics o temas de efímera actualidad.
Sin flash
Desde la nube