No conviene endiosar a nadie. Todos cometemos errores. Cuando llegó Barak Obama a la presidencia fue tan aclamado, que asesores suyos le decían «defráudales, comete pronto errores para que la gente no te ponga el listón muy alto». Esta anécdota me sirve para valorar a una persona cercana que me gusta por su temple a la hora de gestionar ciertas situaciones críticas. Es un hombre que disfruta de la vida, de los pequeños placeres, como andar con sus hijas al colegio y hablar con ellas, o como ir en bicicleta -que era lo que más le gustaba cuando era pequeño-. Pero cuando la vida le da reveses sabe como encajarlos, considera que siempre hay alguien que lo está pasando peor, «entonces quién soy yo para quejarme». Muy de la línea de una modelo que decía en Instagram «si sientes que tu vida es un desastre, te invito a darte una vuelta por un hospital: a la sala de urgencias, a terapia intensiva, por los pasillos de oncología; o un hospital infantil, y entonces vas a entender que teniendo salud ya eres más que afortunado».
Mi amigo se ha visto encerrado guardando cuarentena por la covid-19, pese haber dado negativo en todas las pruebas, al tener contacto estrecho con un positivo. Ha sufrido la pérdida de libertad. Me explico. La primera vez que lo confinaron estuvo en su casa, con su familia. Hasta ahí tiene un pase. La segunda estuvo en un hotel-covid, fuera de la Isla. En la habitación le dejaron una bata de hospital encima de la cama, la ventana solo se abría unos centímetros, y la butaca estaba enfundada en plástico. Cuando iban a limpiar la habitación, las señoras de la limpieza, en este caso, iban vestidas como del espacio para no verse infectadas aun siendo negativo. Estuvo diez días encerrado, y solo.
Quizás otros en su lugar estarían quejándose de la faena, pero él administró bien su tiempo. Se levantaba pronto, hacía ejercicio, desayunaba, y al tajo con su ordenador portátil teletrabajando. No perdió el sentido de la rutina. Pero cuando el trabajo ya había acabado, se organizaba el día. Siempre tenía algo que hacer. No se aburría. Llegó el día de su salida, y cuando pisó la calle sintió libertad. Saboreó más que nunca una cerveza en uno de los pocos bares abiertos, pasear le parecía un lujo. Estar con los amigos comiendo una paella, ya era el sumun de gusto. Le animé a que escribiera su experiencia en el sentido de cómo gestionar el tiempo durante un confinamiento. Tú, lector, ¿cómo lo hubieras gestionado?. Es importante saber mantener la calma, y es importante disfrutar de esa calma. Y cuán importante es la libertad.