El año 2020 ya no es más que un verbo en pretérito, aunque con la presencia de un bicho exterminador, que ha dejado demostrado que en este mundo de miserias, no hay enemigo pequeño que no pueda armarla, porque la que tiene liada el bicho microscópico de la covid-19 es de colosales proporciones, con miles de damnificados de todas las categorías. Un increíble número de víctimas mortales, que es la forma más definitiva de perderlo todo; cuando uno pierde la vida pierde con ella todo lo demás de cuanto pudiera tener, y los que aún permanecemos vivos, no lo estamos por eso pasando nada bien: nos faltan familiares, nos faltan amigos y vecinos, a la postre, compatriotas que se han ido sin tener que haberse ido. Otros conservan la vida pero han perdido el negocio de su vida, negocio que les sustentaba y que daba trabajo y bienestar a miles de trabajadores. Y como este virus desconoce la piedad, incluso a los niños les ha tocado estar confinados, con lo difícil que es eso para un niño, que no comprenderá que nos han tocado medidas muy duras, y, bueno va, si eso no lleva a marcar a nuestros niños con el estigma de un miedo que no alcanzan a comprender. Trabajo para sicólogos, maestros en recomponer el puzle de la conducta infantil.
Mientras tanto, como las desgracias no vienen solas, hemos asistido boquiabiertos a un sistema político cada vez más confundido y confundidor, que en vez de aunar fuerza y criterio con lo que tenemos encima, ha ido al Congreso de los Diputados a ver quién atacaba más a su oponente político, convirtiendo las más de las veces el hemiciclo en un sainete del «y tú más», un corro de taberna, una feria de la mala política de confrontación, donde todo empezaba o acababa de la peor manera. Y no es para ese menester que un país vota y paga a sus representantes políticos. Como parece que no hay nada que no pueda estar peor, hemos asistido al tortuoso camino emprendido por quién otrora fue nuestro rey, un rey querido y admirado que ha dilapidado esos efectos, llevándole a un destino del que no se regresa con la dignidad intacta.
Cuando niño tuve un maestro que me enseñó que alguien en su desvarío vendió su primogenitura por un plato de lentejas. No sé el monto del costo de la situación creada por nuestro exjefe de Estado, pero barrunto, que el precio aún no ha llegado a lo que esta clase de cosas pueden costar. Estamos ante unos hechos difíciles de entender y por tanto de asumir y prácticamente imposible de defender, cuando además, se desconoce públicamente el guión verdadero de esta historia. La Casa Real debería de saber que no es cosa rara que lo que está mal pueda acabar por estar aún peor.
¡Vaya año! Solo nos ha faltado sentarnos en un pajar y clavarnos la aguja, con lo difícil que debe ser eso. Nada o muy poco nos ha salido bien, y encima, lo que nos ha salido mal, nos ha salido fatal. Espero que aún nos quede una reserva de las cenizas del Ave Fénix, un rescoldo capaz de prender en el potencial de nuestra capacidad para levantar la cabeza y tirar juntos hacia adelante, echando mano del coraje que siempre nos ha distinguido, pero para eso es de capital importancia que nuestros políticos hagan un notable propósito de enmienda, que la ciudadanía lo note, me refiero a esa ciudadanía que ellos dicen defender. Dejar ya la absurda confrontación y el lenguaje montaraz, que no conduce a otro punto que al desafecto, y a la ciudadanía las ganas de mandarles a casa a purgar su incapacidad para ejercer de lo que no saben.