¿Es posible adivinar lo que vendrá? Y en el caso de que fuese posible, ¿somos capaces de cambiarlo? La respuesta a estas preguntas condiciona nuestra forma de comportarnos y nuestra visión del presente. Siempre ha habido visionarios, profetas, adivinos… algunos serios y, muchos, embaucadores que viven del timo y de la ingenuidad del prójimo. Sentimos la necesidad imperiosa de prevenir para esquivar el peligro. Vivir al día, sin pensar, nos da una satisfacción inmediata, momentánea, pero nos podemos ir metiendo alegremente en la boca del lobo. Nuestro conocimiento es tan limitado que el factor sorpresa seguirá siendo inevitable.
¿Quién se lo podía imaginar? De la Barcelona que viviste a finales de los 70 a la actual hay un abismo. Flor marchita que se ha ido secando por falta de riego y tolerancia. Encerrada en sí misma, triste, endogámica, fanática. Que confunde el amor con los celos y la posesión. Enferma de xenofobia y radicalismo. Las próximas elecciones no son la panacea. La situación seguirá enquistada mientras la pobreza y la violencia aumentan. Me quedo con los recuerdos de aquellos Sant Jordi de Ramblas abarrotadas, aires de libertad y fragancia de rosas, escuchando a Serrat. Creíamos que habíamos conquistado algo, que habíamos vencido a la dictadura. Tal vez, solo la habíamos cambiado por la del proletariado. No sabemos lo que vendrá. Y ni siquiera somos plenamente conscientes de lo que hemos perdido.