El espíritu se manifiesta en la senectud a través de enunciados abstractos que indican un descenso de la calidad vital. Uno piensa en una racha adversa. Se achaca también a la edad, a uno de los tantos cambios psicofísicos que conlleva cada década la evolución del hombre, esta vez acrecentados por ser una de las últimas, con los lógicos desasosiegos existencialistas.
Se suele proseguir sin embargo con la misma parsimonia de siempre, esforzándonos si acaso en modificar las rutinas que lastran el cuerpo para prolongar y mejorar algo más la calidad de vida, como si el espíritu, asimismo maltratado por los años, no tuviera necesidad de cuidados intensivos. Serán sin duda precisos ejercicios gimnásticos para que no se entumezca el organismo, pero también la práctica de ejercicios espirituales de lo contrario la racha negativa persistirá.
Por ejercicios espirituales se entiende desvelar la procedencia de estas corrientes que socavan el sentimiento. Que menos para un animal racional que preocuparse por sus propios asuntos. Algunas veces es pues necesario reflexionar largo y tendido ante el tablero de la existencia para mover de manera adecuada un caballo o un alfil y no echar a perder una partida dominada aparentemente en la juventud.
La meditación nos indicará de manera incontestable que nuestros hábitos, nuestras querencias y nuestro carácter deben pulirse o remodelarse, algo que por cierto objetivamente no desconocemos, lo cual es una ventaja por no tener que adentrarnos en consideraciones microscópicas para extraer el verdadero motivo del tambaleo.
El mecanismo humano funciona del mismo modo en todas las personas. En la blanca juventud el ser humano está repleto de interrogantes y busca denodadamente despejarlos para afirmar su personalidad. Los traumas, los complejos, además de innumerables incertidumbres, atiborran el sentimiento y dan pábulo a que cualquier acción irregular resulte poco menos que legítima. Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo, a medida que se va oscureciendo como se oscurece una jornada cualquiera, se va dando respuesta a todas las incógnitas y las entrañas se despejan oyéndose con claridad las admoniciones del espíritu.
2 No estará demás pues sustraer media hora semanal en aras de desvelar si debemos mover un alfil o una torre para ganarle, sino físicamente al menos espiritualmente, la partida a la vida… Pero, cuidado, no estoy introduciendo aquí gérmenes religiosos con eso de «sustraer media hora semanal», no se trata pues de religar este mundo con otro, no, sino de ligar debidamente éste. No se trata de Dios… sino de uno mismo.
Verán, el mejor estado del ser humano, que yo sepa, no es estar enamorado, ser rico o vivir en Hawái,…al menos en la senectud, sino estar sereno y tranquilo, sentir como se expande en nuestro interior la paz en un período macabro como es aquel que uno reside en la antesala de la muerte. Schopenhauer -no soy yo solo el único en «desvariar»- afirma en un librito que no tiene desperdicio, revertir sólo esa paz durante las veinticuatro horas del día otros asuntos y no la riqueza o la glotonería o un subidón de adrenalina o de la personalidad en una de nuestras correrías.
El problema principal reside en que uno intenta auto convencerse de que el espíritu no existe, de que es un bluf, una patraña que destila ahora mismo mi pluma.