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Café del mar

El cordón sanitario

Parar el avance del fascismo exige una participación masiva en las elecciones madrileñas del 4 de mayo. Ese es el mensaje desesperado del líder de Podemos, quien dice haber recibido un sobre con cuatro balas y que naturalmente solo pueden proceder del fascismo con el que sueña y que necesita al mismo tiempo para seguir cabalgando en la política antes de que esta le descabalgue.

La ultraderecha, como llama a Vox, es un partido al que teme no exactamente por sus planteamientos, sino porque cuanto más lo desacredita más votos verdes produce. Pero no es un partido que quiera subordinar el poder judicial al ejecutivo, un tic claramente totalitario, como sí ha expresado el, visto en perspectiva, efímero exvicepresidente del Gobierno.

Edmundo Bal, el candidato de Ciudadanos, que el pobre ya ni siquiera sale en el reparto de escaños, es el único que no ha entrado al juego de la brutal polarización en el que ha caído la campaña. Es el único también que reclama el uso de la palabra como principal arma de entendimiento, la vieja receta del diálogo y el acuerdo que a estas alturas de navajeo suena a homilía eclesial.

Alcanza más predicamento y titulares la propuesta del cordón sanitario contra la ultraderecha. No es la primera vez que se utiliza esta expresión ni que se aplica una política dirigida a aislar a un partido al que previamente se desacredita para justificar esa operación sanitaria.

Suena a operación de capos para aislar a una familia caída en desgracia, maniobras mafiosas para conseguir con la coacción lo que no se logra con las ideas ni las palabras. Me asombró ayer escuchar a la portavoz del Gobierno, que por lo demás habla de forma atropellada y se come las letras, alabando desde La Moncloa una operación de este tipo, que, bien mirado, suena a matón de patio de colegio señalando quién juega y quién no.

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