Aún incapaz de comprender cómo una clase gobernante puede alentar el éxodo ilegal de su pueblo hacia Europa, con el riesgo certero de que quienes se marchan puedan perder la vida en el intento, la llegada masiva de marroquíes a España a través de Ceuta ha permitido constatar la miseria de unos y la heroicidad de otros.
Las imágenes que ha dejado la irrupción de jóvenes, adultos, familias enteras con menores de edad e incluso bebés en la playa ceutí bordeando el espigón que separa ambos países han resultado sobrecogedoras en muchos de los casos.
Más allá de las consecuencias de la llegada de 8.000 marroquíes, de golpe, a la ciudad autónoma, España ha revalorizado su perfil más humanitario a través de la propia población civil. Muchos ceutíes han prestado ayuda a los migrantes que deambulan por el núcleo urbano, y especialmente significativo está siendo el papel de la Guardia Civil y el Ejército desplegados en el linde de ambos países, tanto como el de la Cruz Roja Española.
La intervención decidida de un agente de la Benemérita que evitó el ahogamiento de un niño de pocos meses de vida, la atención de los soldados a las personas que llegaban exhaustas a la orilla, o la fotografía de la voluntaria de Cruz Roja abrazando a un marroquí envuelto en lágrimas ejemplifican la trascendencia de sus actos.
Es una situación no deseada pero válida para que los más reacios admitan la función del Ejército y la Guardia Civil en misiones humanitarias.
Hace unos años la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, mostró su negativa a que el Ejército estuviera presente en el Salón de la Enseñanza porque suponía una contradicción entre los valores humanísticos y aleccionadores que tiene que fortalecer la educación y los que promueven las fuerzas armadas, dijo. Las imágenes difundidas en Ceuta deberían dejarla muda y avergonzada.