Aquella pareja tuvo que escoger nombre para su bebé y para romper con la tradición decidieron llamarle Ego. Lo sobrealimentaron y consintieron tanto, por miedo a frustrarlo, que fue creciendo y creciendo hasta llegar a hacerse insoportable. Ego se mostraba fascinado por los espejos y en sus juegos con otros niños siempre tenía que ganar él.
Al cabo de un tiempo nació su hermanita Alexa, que era muy espabilada y tenía una memoria prodigiosa. Parecía saberlo todo. Y como sabelotodo, en cuanto a información se refiere, se hizo bastante útil cuando alguien tenía dudas o preguntas. También se mostraba muy servicial. Alexa, enciende la luz. Alexa, pon música… Alexa, ¿cuál es la receta de garbanzos con acelgas?
Sus relaciones no eran muy fluidas, aunque no llegaban a lo de Caín y Abel. Alexa estaba todo el día con su verborrea y sus ganas de ayudar, mientras que Ego iba siempre a lo suyo y se creía el centro del universo. Carecía de empatía y reaccionaba solo según sus propios intereses.
Ya de mayores, empezaron a surgir problemas debido a su mala educación y a su irritante carácter. Sus progenitores comprobaron horrorizados que reproducir información no es saber, precisamente. Y que de tanto mimar a su Ego, ahora tenían un tirano que ya no podían controlar. Un ser desagradecido, soberbio, manipulador e insufrible. En ocasiones, pensaron, las desgracias vienen solas, pero también es verdad que muchas veces nos las buscamos.