Nadie se atreve a promover una Declaración Universal de los Deberes Humanos. Reclamamos, pero nos mostramos alérgicos a las obligaciones. A este paso, las sociedades libres tienen los días contados. Perdimos lo que no supimos defender, lamentaremos. Muchos juran o prometen la Constitución que en su artículo 30.1 dice: «Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España». Son dos caras de la misma moneda. Pero hay gente sin palabra. Juran o prometen por imperativo legal y con fórmulas ridículas que tergiversan la validez del acto. No le damos importancia. Creemos, ilusos, que esa pantomima no tendrá consecuencias.
Tampoco el presidente Sánchez tiene palabra, como se ha visto, pero le importa un comino. Le basta con tener asesores y alianzas que lo sostienen en el cargo. Electores engañados con el dilema izquierda-derecha, progres o fachas, honrados o corruptos… cuando la división real es la de arriba y abajo. Aquí mando yo.
Anuncian una Ley de Seguridad Nacional que da plenos poderes al presidente en situaciones de emergencia. Pero, ¿qué emergencia? Con un Ministerio de Propaganda y manejando el dinero público se pueden hacer milagros. Y todo se puede cambiar por medio de «alternativas creativas», dice Zapatero, el amigo de Maduro. Cambiar la Constitución por la puerta de atrás. República federal, etc...
Ante un panorama tan funesto y decadente, que podamos decir, con Blas de Otero: «Me queda la palabra».