Empecemos con una advertencia queridos lectores: ¡este artículo contiene trazas de realidad, el resto del mismo es fruto de la imaginación!, por lo tanto, cualquier parecido con la verdad verdadera es una burda coincidencia. El articulista firmante no se hace responsable de las opiniones vertidas por las voces de su cabeza, bastante tiene ya con dar de comer a su gato, llegar puntual a su trabajo, y mantener, siempre, las cervezas en frío. Para cualquier reclamación legal diríjanse a mis abogados, «Ally MacBeal» para los boomers y «Better Call Saul», para los millenials. Dicho queda.
A ver si nos aclaramos un poquito, aunque solo sea un poquitín, «criticar» proviene del griego (como el queso feta y el yogur cremoso) y significa separar los bueno de lo malo, por lo tanto pensar críticamente no es necesariamente pensar diferente, o a la contra, sino pensar con criterio, intentando discernir la verdad «evitando las falacias y ateniéndonos a las reglas de la lógica». Perdón por el parrafito, el profesor y filósofo Eduardo Infante tiene la culpa, pero es que era necesario aclararlo, porque muchos se han subido al carro de la crítica con el hacha en la mano y más que pensar con criterio lo que hacen es escupir a lo loco, a ver dónde cae. Así que vigilen a los generadores de mierda profesionales, a los crean bulos por encargo, a los que les mola tirarle gasolina al fuego, a los que disfrutan alimentando el caos, no aportan absolutamente nada, y como le dijo Josefina a Napoleón en la noche de bodas: «Bonaparte, sino aportas, ¡aparta!».
Claro que sí, que es muy cansino estar todo el tiempo desmintiendo los rumores interesados, y es agotador enfrentarte con argumentos al vocero demagogo que suelta sus soflamas a pleno pulmón y corre histérico de un lado a otro como un pollo sin cabeza, y como somos conscientes del cansancio que provocan podemos buscarle alguna salida imaginativa a todo esto y optar por la estrategia que aplicó Gonzalo I (llamado así porque era el primero en su familia en llamarse Gonzalo, no porque tenga cuentas en Suiza y viva exiliado a cuerpo de rey con el dinero de sus súbditos barra pringados que le pagan todo).
Gonzalo I intentaba disfrutar de un tranquilo baño en unas rocas de la costa sur de la isla de Menorca, al llegar al lugar no había un hueco, la estampa no se parecía en nada a lo que le habían vendido en la agencia de viajes. Sin embargo, Gonzalo I en lugar de despotricar y echar espumarajos por la boca, se tiró al agua, después de abrirse paso educadamente entre las multitud, y tras nadar unos diez metros con una sombrilla al hombro y una neverita en la espalda, se sentó en una roca del tamaño de su culo que sobresalía unos 20 centímetros de la superficie, se sentó tranquilamente y abrió su sombrilla a la vez que declaraba en voz alta la independencia de la recién creada República Insular de Umbrilia. Y en ese mismo acto declaró al nuevo territorio covid free, y runners free, aunque en todo caso, por las caracterizas del terreno en Umbrilia podría haber swimmmers como mucho.
Y Gonzalo I contempló desde su nuevo y flamante país la costa de Menorca y pensó que en Umbrilia se estaba de coña, así que abrió un cervecita, de las que llevaba en su neverita, y se dispuso a pasar el día tranquilamente, alejado diez metros del mundanal ruido que nos envuelve. Ya ven lo importante que es tomar perspectiva. Como mi cabecita no da para más, no tengo más opciones que cerrar este artículo gritando ¡Viva Umbrilia! y feliz jueves.