El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, no descubrí la broma del catedrático Ignacio Sánchez-Cuenca en «El País» hasta el último párrafo de su artículo «La casa de los políticos». Leía que La 1 iba a estrenar ese día un reality con veinte diputados en activo que convivirían durante ocho semanas, su periodo de vacaciones remuneradas, con el reto de llegar a un acuerdo para aprobar la nueva Ley de Puertos del Estado. Entre otros estarían José Luis Ábalos, Adriana Lastra, Cayetana Álvarez de Toledo, Cuca Gamarra, Macarena Olona, Pablo Echenique, Inés Arrimadas, Gabriel Rufián, Aitor Esteban e incluso Mertxe Aizpurua de Bildu. No me digan que la idea no prometía. El objetivo: aproximar la política a los ciudadanos y para ello que se descubriera que los diputados son personas «humanas». El mismo Congreso era el promotor del programa. Y para llevarlo a cabo se contaba con fondos europeos de Next Generation. La broma solo era creíble para los ciudadanos inocentes, si es que queda alguno.
Ahora llegan los Reyes Magos y quizás sea un buen momento para reivindicar la inocencia, que en esta sociedad se considera más un defecto que una virtud. No se trata de pensar que solo creyendo en la existencia de los Reyes ya te va a llegar un regalo, sin intermediarios que lo hagan posible. Sino de reivindicar la actitud inocente de pensar que las personas somos capaces hacer realidad lo que parece imposible. ¿Qué es más factible que se entiendan dos personas inocentes o dos personas culpables de sectarismo?
A menudo se abusa de una frase tópica en tiempos de incertidumbre: nada volverá a ser como antes. Cuando en realidad, la aspiración es volver a recuperar la vida de antes, tan pronto como sea posible. 2022 representa la covid año 3. Durante la pandemia hay otro virus que se está extendiendo, el de las posiciones radicales y la agresividad en la forma de expresarlas. La moderación, como reivindicación inocente que es, ha desaparecido. Cuando nos lamentemos por las consecuencias de lo que estamos fomentando, nadie se reconocerá culpable. Habría que luchar con ese otro virus, el de la intolerancia. Y para hacerlo, el primer paso es mirarse en el espejo. Y el segundo, esperar que los Reyes nos hagan un regalo. Póngase a escribir la carta.