Después de ocho reformas, la última que aprueba el nuevo currículo educativo de la Lomloe va a consolidar la progresiva degradación del esfuerzo.
Las nuevas directrices, sostiene la ministra de Educación, Pilar Alegría, persiguen que el incentivo para que los alumnos aprendan más y mejor sea la motivación y no el castigo. De ahí que implícitamente descienda el nivel de exigencia, como prueba que se permitirá pasar de curso y graduarse pese a tener asignaturas suspendidas, según determine el claustro de profesores. Eso, bajo cualquier consideración, es una discutible forma de motivar como también lo puede ser el premio o la reprimenda en función de si se logran o no unos objetivos que, no hay que olvidarlo, van en beneficio del que los consigue.
A estos cambios que enarbola la enésima reforma educativa socialista se añade un giro trascendental en los contenidos de materias capitales como la historia de España o la filosofía. Esta última desaparece de la ESO, donde pasa a ser optativa en algunas comunidades pero integrada en otra materia de valores éticos. Y en cuanto a la historia, se pasará de puntillas en el mejor de los casos por la cronología de los hechos sucedidos hasta la Constitución de 1812. Ni Edad Media, ni Siglo de Oro, ni el Imperio Español, ni la Conquista de América, ni la Reconquista, la historia se estudiará con perspectiva de género, desde el largo tránsito a la democracia hasta la diversidad de sentimientos nacionales.
Entre los objetivos del Gobierno figura que el alumno sea capaz de formarse «juicios propios argumentados en fuentes fiables y en trabajos históricos contrastados, que eviten la desinformación y favorezcan el diálogo». O sea que supone un descrédito para tantos millones de ciudadanos de este país que hasta hace cuatro días han estudiado y aprendido los capítulos imprescindibles de su pasado, y lo han hecho a base de un esfuerzo cada vez menos valorado.