Una vez me dijo un pintor aficionado que no entendía el arte moderno. Él era partidario de los cuadros muy trabajados y con paisajes o escenas más o menos costumbristas. Sacó a relucir el ejemplo de «El grito», de Edvard Munch. Para él estaba mal pintado; era tal la simplicidad de la obra que cualquier jubilado aficionado a la pintura lo habría hecho mejor. Naturalmente, me abstuve de replicar. Sin embargo hoy me he acordado de «El grito» y de mi amigo pintor. La gente grita de horror, o de pánico, ante los desastres y fosas comunes de las guerras que se han ido produciendo después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces he entendido mejor el sentido del cuadro de Munch. Según la crítica, «El grito» es una obra de gran fuerza emocional, puesto que refleja la ansiedad y la angustia del ser humano. Munch explica la sensación que tuvo cuando se le ocurrió pintar ese cuadro: «Caminé una noche por una carretera, estaba cansado y enfermo, el sol se estaba poniendo, las nubes estaban teñidas de rojo –como sangre--. Sentí como si un grito atravesara la naturaleza… Cuando pinté el cuadro los colores estaban gritando». Con respecto a la pintura, cualquier pintura, hace años que repito lo mismo: no es igual un cuadro bien pintado que un buen cuadro. Creo que con «El grito» eso se explica perfectamente.
Otros gritos me han llamado la atención a lo largo de la vida. Algunos eran obras de arte. Cuando oí gritar a Paul McCartney en «It's been a hard days night» -pese a que la canción era de John- me di cuenta de lo del grito artístico. Otros cantantes de la época lanzaban berridos parecidos. Por ejemplo Eric Burdon en «We've got to get out of this place» de los Animals. Era como un grito generacional. Como la rebeldía, la angustia, la melancolía, el mal de vivre de la generación que siguió a la Guerra Mundial. Lo malo es que no hace mucho, en una reunión folclórica en la que además de música y baile de fandango se repartían pastissets oí otra vez el grito de los Beatles. Pero eran cuatro mujeres, solazadas esposas de maridos esforzados, que en su jolgorio gritaban igual. No lo puedo escribir pero era: Grrriiiaaauuu! O algo así. Claro, no es lo mismo ser el autor de «El grito», sentir la angustia de la existencia, pertenecer a la generación de postguerra, ser un producto de la era pop, o un subproducto de la era beatnik o de la posterior época hippie que pegar un berrido folclórico, pero todo son expresiones cargadas de significado y a lo mejor obras de arte.