Quizá a causa de los calores que secan los cerebros, algunas autoridades municipales quieren contribuir al malestar general por las temperaturas venusianas, la crisis energética y la inflación con más radares y multas. Por desgracia, escribo con la acritud de quien ha recibido este castigo.
El Dia des Be me cayó una papeleta por aparcar en Ciutadella en un tramo de acera de ocho metros de anchura en el que no molestaba ni a la circulación ni a los peatones, un aparcamiento situado en la periferia de una ciudad que había despejado todo el centro para facilitar el desarrollo de la fiesta, pero que se olvidó de dar alternativas de estacionamiento. La Policía Municipal tenía, al menos, un agente al acecho y a la caza de los incautos que confiaron en una natural transigencia festiva.
En el Passeig de Circumval·lació de Maó también hay preocupación por el trabajo a destajo de los controles de velocidad, por ello algunos conductores prefieren tomar rutas alternativas. De esta manera, los radares multones provocan que la Ronda no cumpla su función de sacar el tráfico del centro sino al revés, lo redirige al casco urbano.
En Alaior, el Ayuntamiento anunció a bombo y platillo mediático que en la antigua carretera se habían puesto unos radares pedagógicos que no multaban, que eran muy amigables con los conductores. Curiosamente al alcalde se le olvidó, luego, en la segunda fase, hacerse la foto para advertir a los ciudadanos que a partir de un determinado momento el control pedagógico ha pasado a ser solo una distracción sonriente de radares tradicionales, puros y duros, que zurran multas a diestro y siniestro de forma inmisericorde por superar los 30 Km/h al transitar por la antigua carretera, que funciona también como una ronda.
En algunas cosas, desde luego, son todos iguales o se parecen mucho.