He leído que el habitante 8.000 millones del planeta Tierra se llama Damián. Yo no sé qué número debo ser, pero, por supuesto, nos sentimos más que un número. Tirar pintura a un cuadro puede tener el efecto que tuvo el terrorismo en los aeropuertos: controles para todos. Porque siempre pagan civilizados por pecadores y descerebrados. Vivíamos cómodamente instalados en esta parte del mundo pensando que el bienestar es gratis, que no era necesario luchar, esforzarse o estresarse. Esa mentalidad suele acabar en una pérdida irreparable.
Eliminar el sufrimiento a toda costa se parece al suicidio o a la eutanasia. Siempre aprendemos algo cuando caemos. Al menos, a no tropezar con la misma piedra. El peligro actual es no ver el peligro e ir cual borregos obedientes al matadero. Para construir un mundo seguro, es preciso ser consciente de las amenazas (incluso las ciberamenazas) y las consecuencias de nuestras decisiones. Anestesiar los pensamientos para operar y manipular mejor las mentes sugestionables no es ninguna tontería. Si Europa no se defiende, morirá. O estará al servicio de otros. De los 8.000 millones, solamente somos un 10 por ciento. El índice de vitalidad del mundo se desplaza hacia Asia y África. El mundial de Qatar lo ha puesto en evidencia.
No aprender de la historia nos lleva a repetir las tragedias. Para algunos somos sólo números. Y desde el punto de vista matemático, cuando te mueres, eres uno menos.