Por navidades los tebeos publicaban almanaques en los que se reeditaban números atrasados con historietas y chistes que contribuían a la magia de las fiestas. Los años cincuenta no eran tiempos muy lucidos. Sin embargo todo el mundo mandaba tarjetas que decían: «Feliz navidad y próspero año nuevo». En los tebeos había muñecos de nieve que echaban a andar, y ciclistas que subían la cuesta de enero echando los bofes, y la cuesta estaba formada por números: 1956, 1957, 1958... Los números aumentaban progresivamente de tamaño y formaban la cuesta de aquellos tiempos difíciles en los que no había televisores y el «ABC» llegaba con una semana de retraso. La Nochevieja empezaba con el discurso de Franco, a quien veíamos tal como nos lo pintaban, como un padre que velaba literalmente por todos los españoles, literalmente porque la luz de su despacho no se apagaba en toda la noche. Un padre que salía en todos los noticiarios No-Do, antes de la película, antes incluso de los dibujos animados de Walt Disney. Decíamos: «Ahora saldrá Franco». Y salía. La Nochevieja era entonces una palabra bonita, llena de fantasía, porque ¿quién iba a imaginar que la noche pudiera llegar a envejecer? Se servía una cena opípara, a base de pavo relleno de albóndigas, ciruelas y piñones, y otra vez mirábamos los chistes del tebeo en los que la familia Ulises cosechaba contratiempos con el pavo o con el árbol de navidad, que era una costumbre nueva contrastada con los belenes tradicionales. De nuevo la ilusión, en los belenes las figuras echaban a andar, los patitos se movían sobre un lago de espejo y el ángel anunciaba aquello tan manido de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Nunca ha habido paz en el mundo, y sin embargo entonces parecía que siempre la había habido. A ver -decían los mayores-, ¿cuándo hubo en España tanta paz? La radio programaba tangos de Gardel, canciones de Jorge Negrete o de Concha Márquez Piquer («Él vino en un barco de nombre extranjero… Era hermoso y rubio como la cerveza»).
Mi padre era hermoso y rubio y había estado en la guerra, pero ¿quién se acordaba entonces de la guerra? ¿Qué guerra, por cierto? Mi hermana salía con su novio y por la mañana dejaba un rastro de confeti y serpentinas, con una enorme cara de sueño. La mañana de año nuevo. Entonces repasábamos los propósitos de año nuevo: leer más libros, ser menos egoísta, ser disciplinado, apreciar lo que tengo, dejar de fumar… Pero qué digo, ¡si no habíamos fumado en la vida!