Josep Pons Fraga me sugiere que debería hacer una docena de artículos personales, relatando las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida con personajes de las letras de aquí y de allá. Me parece una buena idea. Otras voces me habían sugerido que escribiera mis memorias. A esto yo contestaba que ya las he escrito, que están en mis novelas. Pero están mezcladas con situaciones imaginarias, a menudo inverosímiles, suelen objetarme. Da igual, así estoy hecho. Es mi forma de narrar. Sé que sería más accesible dejarme de elucubraciones, pero no creo que la accesibilidad sea lo más importante. En eso el tiempo tiene la palabra, y desde luego dentro de cien años todos calvos. Antes de pasar a mayores, déjenme retratar primero al propio Josep Pons Fraga. Era casi un niño cuando me escribió la primera reseña. Siempre ha sido un periodista audaz, y me parece que la audacia es imprescindible en su oficio. Solía venir a entrevistarme cuando me daban premios literarios, y mi madre le daba pan con sobrasada. Tienes que comer, le decía, para ponerte fuerte. Ha pasado por diferentes publicaciones y medios audiovisuales, siempre sin temor a la audiencia, siempre incisivo, siempre atento al último detalle, el ultimísimo, diría mi madre, el que aún no se ha producido. De entre los nombres que me sugiere Pons Fraga descuella uno, Josep Maria Llompart, o tal vez dos: es como lo del huevo y la gallina, ¿quién fue primero, JM Llompart o Francesc de B. Moll?
Llompart se extrañaría que escribiera esto en castellano. Sin embargo, cuando le escribía cartas desde Menorca, me aconsejaba que pusiera la dirección en castellano, porque de otro modo se perderían. La lengua es el eterno problema, porque es algo más que un medio para comunicarse. Una vez leí que si Pere Calders -a quien también conocí- no fuera catalán sería un escritor universal. Sin embargo lo es. Otra cosa es que aún no se le haya reconocido. Aún no ha llegado mi hora, dijo Jesucristo en la boda de Caná. Lo malo es que cuando llegue nuestra hora ya estaremos muertos. Cuando le conocí Llompart escribía con una máquina Olivetti en un despachito de la Editorial Moll. Y sin embargo era el alma literaria de can Moll. Entonces ya había vertido toda su tristeza poética, todo su amor en los Poemes de Mondragó. Era el padre literario de una caterva de escritores y un crítico con fama de decir siempre la verdad. Más tarde sería Premi d'Honor de les Lletres Catalanes sin llegar a perder la esperanza.