Gonçal Seguí autorizó a un particular el uso de una parcela municipal para pasto de ganado. Cuando le dijeron que las cosas no se hacen así, que la cesión de patrimonio público debe realizarse mediante licitación con publicidad para garantizar la igualdad de oportunidades, reconoció el error y se fue a casa. Era concejal de Som Es Castell y duró un año, entendió que debía renunciar por coherencia y responsabilidad política. Fue ejemplar.
Era un motivo nimio. Probablemente, sabiendo cómo van las cosas de palacio, el pasto se habría secado si se hubiera licitado su aprovechamiento. Parecía un permiso razonable en un municipio que no destaca precisamente por mucha concurrencia de ganaderías.
Antonio Asunción fue un ministro socialista que dimitió nada más conocerse la fuga de Luis Roldán, aquel pobre tipo ex director general de la Guardia Civil que en verdad fue secuestrado y despojado de lo que había robado por otro más vivo que él. Asunción no era el carcelero sino el ministro de Interior y, como tal, asumió también la responsabilidad. En ambos casos fue un gesto de valentía, de reconocimiento del error en vez de tratar de justificarlo, que resultaba fácil.
O han cambiado los tiempos o han mudado los principios y costumbres de la fauna que hoy pasta en los despachos públicos. Alguna de las vacas que hace tres años pacía plácidamente en las tanques del Este tal vez es hoy sandach enterrado entre los residuos que acaban en el vertedero de Milà. Aquí se ha cobrado irregularmente pero ningún responsable político que ha omitido su función in vigilando admite culpa o error.
Tampoco por el presunto fraccionamiento de contrato por la elaboración de las directrices estratégicas o por los muchos contratos adjudicados a dedo. Contra las dimisiones por coherencia se aplica el remedio del informe que rebota a otro informe y tiro porque me toca hasta que unas nuevas elecciones lo cubran todo de una pátina de legitimidad.