Esta campaña electoral se vende por fascículos. El de la reforma de la ley del «solo sí es sí» ya ha pasado, tras un melodramático pleno, con un gobierno de socios divididos, llorosos en sus escaños, y con una oposición aplaudiendo desaforadamente como si estuvieran en La Maestranza, celebrando el rabo que cortó Morante al toro bravo, un premio que no se daba desde hace 50 años. Y mientras, PP y PSOE hacían ascos a la única vez que han votado juntos una propuesta de ley. Así es la política española.
Antes de abrir el fascículo de Doñana, se ha vendido el de la vivienda. Los anuncios progresivos de Pedro Sánchez sobre los planes para crear nuevas viviendas, con la Sareb y en terrenos de Defensa, han recordado la imagen del feriante que promete el premio de la muñeca chochona. Son anuncios electorales con objetivos positivos ante uno de los problemas más graves que vive nuestra sociedad: las dificultades para acceder a una vivienda mínimamente digna. Si el presidente hubiese presentado sus planes antes habría tenido más credibilidad. Además todas las propuestas tienen trampa. Pese a que los pisos y terrenos de la Sareb ya se pagaron con dinero público en la operación de rescate bancario, ahora hay que volver a pagar por ellos. Y Defensa tampoco renuncia a cobrar, porque hay que financiar el incremento de presupuesto en armamento.
Mientras Defensa no tiene terrenos en la Isla aptos para promociones de vivienda social, excepto edificios que no están a la venta porque tienen otra función, la Sareb sí dispone de pisos y terrenos aprovechables. Hace tiempo que se reclama su uso, pero la respuesta hasta ahora ha sido nula.
La Ley de Vivienda interviene el mercado limitando el incremento de los alquileres. La medida parece necesaria pero de consecuencias imprevisibles. Cuesta mucho más intervenir-gestionar para cambiar las dinámicas del mercado. La ley no basta.