Quedaban noventa minutos. La calle donde iba a celebrarse el mitin estaba a un tiro de piedra de su domicilio. El candidato se tranquilizó. Engominado. Traje sin corbata (formal e informal, a la vez). El discurso, escrito y manoseado, sobre la mesita del recibidor. ¿Setenta minutos todavía? Decidió serenarse. Se sentó en su butacón orejero y hojeó las páginas de un «semanal» al uso. Artículos de opinión, reportajes, etc. Lo clásico. Hasta que se topó con un test pensado para la clase política. El título era atractivo: «¿Es usted un candidato honrado?» Agarró su vieja pluma Parker y decidió, en la espera, entretenerse cumplimentado el cuestionario…
1.- ¿Se presenta usted a las elecciones por verdadera vocación y actitud de servicio o, más bien, por un afán de poder y/o protagonismo?
2.- ¿Por amor auténtico a sus ciudadanos o por razones económicas? ¿Es consciente del significado del concepto «dinero público» y de quiénes emana? ¿De la responsabilidad que conlleva su administración?
3.- ¿Tiene un oficio o profesión concreta? ¿Un trabajo estable? En caso afirmativo… ¿Le resulta más beneficioso económicamente este o el cargo público al que aspira?
4.- En caso de que se produzca un dilema entre su conciencia y la disciplina de partido... ¿Por cuál de las dos optará?
5.- ¿Anidan en usted prejuicios heredados, la visceralidad patológica, la falta de objetividad, el sectarismo, el odio que le fue transmitido? ¿Ha inoculado, a su vez, en otros, el rencor?
6.- ¿Ve en sus oponentes a enemigos incuestionables o, simplemente, a personas que deambulan por caminos diferentes al suyo? ¿Divide la sociedad en bloques, óptimo uno (el suyo), pésimo el otro?
7.- ¿Ha utilizado o utilizará por enésima vez el «guerracivilismo»? ¿Ha leído usted «Las guerras de nuestros antepasados» de Delibes?
8.- ¿Sabrá conjugar, de ser preciso, el verbo dimitir?
9.- ¿Se siente verdaderamente preparado para ejercer el puesto que le será asignado? ¿O únicamente se apoyará en los asesores de sus asesores?
10.- ¿Ha pedido alguna vez perdón?
11.- ¿Será capaz de llegar a acuerdos, atendiendo al bien común, con sus oponentes?
12.- ¿Utilizará la lengua, concebida para el entendimiento y la comunicación, como arma arrojadiza y de división?
13.- ¿Comparte la tesis primordial del maquiavelismo según la cual «el fin justifica los medios»?
14.-¿Tendrán `preferencia en su acción de gobierno los desheredados, los invisibles, los políticamente irrelevantes?
15.- ¿Mentirá?
16.- ¿Defenderá la vida en cualquiera de sus estadios?
17.- ¿Se conformará con un sueldo meramente decente, parejo al de tantos, reduciendo el previsto?
18.- ¿Se considera una persona VIP?
19.- ¿Saludará tiernamente durante la campaña electoral a quienes ignora durante el resto del año?
20.- ¿Posee un programa meditado, bien elaborado, con una temporalización, un estudio de recursos para desarrollarlo, unas medidas de ajuste en caso de imprevistos, una financiación clara y un calendario de revisiones sobre la acción ejercida?
21.- ¿Jugará con las necesidades esenciales de sus votantes con promesas, sabiéndolas, ya de antemano, irrealizables?
22.- ¿Dará prioridad a la Sanidad, Educación, Tercera Edad, dependencias, problemas de movilidad y enfermos cautivos de enfermedades mortales a las que se elude por su escasa incidencia y alto coste? Eutanasia: ¿ahorro para el Estado o piedad?
Cuando finalizó el test, el candidato, que había contestado con auténtica sinceridad (aquello no dejaba de ser algo privado y, por tanto, inocuo) se puntuó según los parámetros establecidos por la revista. Aquel semanario se convirtió para él, tras el recuento, en su particular retrato de Dorian Grey, en lacerante espejo... Y no le agradó lo que vio. Atolondrado, sorprendido, sacó de su bolsillo el móvil y marcó un número…
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A un tiro de piedra de su domicilio, se esperaba al candidato. Se retrasaba. Y, de repente, sonó su teléfono. La sorpresa de sus compañeros de partido al escuchar su inesperada e inmodificable decisión, su renuncia, fue mayúscula… Para el candidato, su primer acto de honradez…