Recuerdas, con emotividad, el «magisterio» de algunos hombres sabios, profesores, que fueron trascendentales en tu existencia. Hoy te referirás a uno de ellos. Aunque su nombre era Rosendo y sus apellidos Gisbert Calderón, todos os referíais a él como señor Calderón. Te dio filosofía en C.O.U. con una metodología inusual en aquellos años. Su objetivo era que aprendierais a pensar por vosotros mismos y a saber expresar con corrección, oral o por escrito, lo pensado. A argumentar y contra argumentar mandando el insulto y la oquedad mental que éste presupone, al ostracismo.
Muchas de sus enseñanzas, luminosas, serían difícilmente aceptadas en la sociedad actual y, sin embargo, estás plenamente convencido de que sobre ellas se asentaba el verdadero progreso. Te referirás hoy sólo a una de ellas. Sostenía el catedrático Calderón que el dinero provocaba efectos devastadores, entre los que se encontraba el que, casi imperceptible, afectaba a la elección de una profesión. Mantenía que a la hora de escoger un modus vivendi y, en contra de lo comúnmente aceptado, lo importante no era el sueldo, sino la felicidad o infelicidad que el ejercicio de ese trabajo produjera en el individuo. Un trabajo al que dedicaríais -insistía- gran parte de vuestra existencia. ¡Cómo para equivocarse! En tu caso, el tiempo y tus treinta y ocho años de docente, le dan la razón…
Comenzaste tu andadura como profesor en una pequeña escuela de F.P. de Ciutadella en la que se impartían dos ramas: Calzado y Bisutería. A ella acudían chicos y chicas motivados, con vocación, y la enseñanza que recibían en esos talleres era excelente, dada por auténticos profesionales. Hasta que muchos de esos alumnos –metáfora espléndida de la Menorca actual- escucharon el canto de las sirenas del turismo. Dejaron, entonces, su querencia junto a la «banqueta de sabater» y optaron por un trabajo más «rentable». Sus maestros fueron viendo como la matrícula descendía a pesar de sus esfuerzos y ante la desidia de la Administración… Hasta que se cerró ese centro de artesanía para mudarse, con el tiempo, en el actual I.E.S. Maria Àngels Cardona, donde ya no hubo lugar para esas ramas profesionales, pero si para la de Hostelería, que hubiera de haber sido una más, sin suplantar a las anteriores. El turismo irrumpía, pues, con fuerza, en las aulas del nuevo instituto mudándose en otra alegoría de aquello en lo que se ha convertido actualmente la isla: turismo, turismo, turismo... Poco amor se ha tenido también hacia esa especialidad de Hostelería, porque, a la postre, se puede contar con camareros y cocineros sin titulación a los que explotar y pagar con sueldos bajos. ¿Profesionalidad? ¿Pá qué?
Próximamente -te cuentan- la Administración implantará de nuevo una rama de Calzado y potenciará la de Hostelería. ¡Bien! Y mal, porque ese cambio de actitud llega tarde. El problema de la masificación turística ahora asusta y el problema emana -dicen- del número de coches. ¿? Nadie parece querer darse cuenta de que el mal se originó hace mucho. Menorca era como una especie de silla con multitud de patas: la desidia de las administraciones y la mentalidad juvenil errónea no combatida, fueron serrando cada una de esas patas: la del Calzado, la de la Bisutería, la del Campo. La silla se debilitó, sustentada, a duras penas, tambaleante, por el único apoyo restante: el del Turismo. El día en que los prodigios equilibristas de esa silla, de esa isla que decidisteis perder, acaben, podéis daros por económicamente muertos. Y en la espera, os contentáis con quejaros de masificación, cuando quien/es la censura/n fue/fueron los que, por una gestión nefasta, la crearon. Provocaron un cáncer y actualmente andan en busca de una tirita…
P.S.- Te provoca repugnancia que asesinos confesos no arrepentidos aparezcan en las listas de Bildu con el «plácet» de partidos (y personas) afines. Puede que hayan pagado su deuda con la sociedad. Lo que, no obstante, no podrán hacer es devolver la vida a quien se la robaron. Legal, sí. Pero no ético. Ambas cosas, frecuentemente, no suelen ir de la mano…