En 1984, Luis Eduardo Aute, seducido apasionadamente por la nouvelle vague, cantaba: «Que todo en la vida es cine y los sueños cine son». De esa afirmación no escapa, tampoco, la política, como parte ineludible de la existencia, aunque, en este caso, el séptimo arte se muda en una sucesión, salvo raras excepciones, de infumables películas de clase B. Y -créanme- de aquí a día 23, y visto lo visto recientemente, las vais a pasar canutas. Comparado con lo que os espera, las desgracias de David Niven y Ava Gardner vividas en Pekin durante 55 días (Ray, Nicholas: «55 días en Pekin», 1963) van a parecer moco de pavo.
Y es que los políticos, tras el 28 de mayo, no «Cometieron dos errores» (Ted Post, 1968), sino muchísimos más. A saber: no realizar un análisis de lo ocurrido, apostar por la oposición destructiva, insultar al electorado no afín y hacer de la doble moral arma predilecta (se puede pactar con «mi» populismo, pero no con el del otro). De hecho, el pasado domingo, Indiana Armengol – y antes, incluso, de que se inicie la nueva legislatura- afirmaba sin rubor que trabajaría para acabar con esta «pesadilla». Y es que la susodicha, que parece ir en busca del poder perdido (Spielberg, Steven: «Indiana Jones en busca del arca perdida», 1981), tal vez debería mudar de pesquisa e ir en pos de esa izquierda culta, sensata, dialogante, argumentativa y no abducida por las visceralidades de un «mal perder»…
Aunque no han faltado títulos cómicos. Lo sucedido en Es Mercadal recuerda, por ejemplo, y poderosísimamente, a Joe y a Jerry, dos músicos que han de travestirse para huir de unos gánsteres en plena ley seca. Lo sucedido en esa población podría dar pie a una película titulada «Con pactos y a lo loco» (Wilder, Billy: «Con faldas y a lo loco», 1959). Lo malo, no obstante, es que lo que en una pantalla tiene gracia, deja de tenerla en la vida de los ciudadanos. De ahí que el público de ese «remake» del maestro Wilder lo haya interpretado como un «Intercambio de favores» (Mimi Leder, 2000), como una cuestión de poltronas, como un mero tema de «egos».
Podría decirse lo mismo, desgraciadamente, de lo sucedido en otras dos ciudades menorquinas. Más allá de justificaciones públicas, más allá del infantil «y tú más», los espectadores de estas poblaciones han dictado sentencia con un veredicto harto conocido: «Quan arriben al poder, tots són iguals», oración que has oído recientemente hasta la saciedad. Ante estas coyunturas son muchos los que se sienten utilizados, manipulados y, peor aún, ninguneados. ¿Qué sentido ha tenido el voto de cada cuál? ¿Qué se ha hecho con él? ¿Se sorprenderán luego, día 23, algunos, entre cariacontecidos y asombrados, del más que probable aumento de la abstención?
Urge ir en busca, ya, pues, de ese «Caballero sin espada» (Capra, Frank, 1939), de ese político afortunadamente ingenuo por idealista llamado Jefferson Smith y, a ser posible, clonarlo, para que el Congreso y el Senado y todas las instituciones públicas se llenen de personas que sepan hacer algo terriblemente sencillo: anteponer el bien general al particular. Eso tan manido, tan redicho y tan poco ejecutado. Servidores públicos que argumenten, que pacten en función de programas, que renuncien a la dualidad ética, que den preferencia al pobre frente al rico, al marginado frente al socialmente reconocido y que sirvan a su electorado no a golpes de iracundos latigazos, sino con la fuerza duradera e irrebatible de la razón y la ética. Porque está en juego, nada más y nada menos, que el bienestar de cada uno de ustedes…
No conoces ninguna película que se haya basado en la vida de San Pablo. Tal vez debería filmarse e incluir en el guion, de manera preferente, su descripción y defensa del amor: «Aunque hablara las lenguas de los hombres, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena. Y aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. Y aunque repartiera todos mis bienes, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía» Pues eso. The end.