«Amor y muerte, nada más fuerte». Si lo dice la sabiduría popular, debe de ser verdad. Me acuerdo de esto porque la semana pasada el IME (Institut Menorquí d'Estudis) dedicó una jornada de estudio y recuerdo a la obra de Joan López Casasnovas. Escuché algunos de los parlamentos y pensé, ¿por qué esperan a que uno se muera para hacer estas cosas? Supongo que porque somos humanos y sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. También pensé que cuando pasa algún tiempo la gente suele olvidarse del muerto. ¿Quién se acuerda ahora de Francesc de B. Moll, Josep M. Llompart, Maria Aurèlia Capmany, Manuel de Pedrolo, Terenci Moix, Monserrat Roig o Baltasar Porcel, por decir unos cuantos nombres? El refranero es también muy gráfico en esto: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Gráfico y cruel. Me sumo desde aquí al homenaje a Joan López Casasnovas.
Porque creo que puedo decir que fue mi amigo. Estudió en el mismo colegio que yo, acudió a la misma universidad que yo, le cedí gustoso el puesto que me ofrecían a mí en un colegio de Ferreries -que fue su primer trabajo-, y luego fue profesor del mismo instituto que yo. A menudo venía a mi casa –no muy lejos de la suya-- a ver partidos de fútbol. Me presentó muchísimos libros en dos lenguas y escribió una biografía mía. No sé si con esto tengo derecho a concederme el nombre de «amigo», pero por lo visto me lo acabo de conceder. Durante años yo escribía sin el diccionario Alcover-Moll; eran muchos volúmenes y no había hecho el dispendio de comprármelo. Además era poco manejable. Buscar palabras en diez volúmenes mientras escribías era imposible: se te iba el santo al cielo. Pero Joan López lo tenía y a veces –no muchas— le llamaba para que comprobara si una palabra estaba registrada en el diccionario y cómo la escribía Moll.
Recuerdo ahora la palabra «abulló», que se traduce en castellano por «albañal» y que en catalán normativo se escribe «albelló». Lo cierto es que yo suelo incorporar palabras de oídas: el lenguaje oral que se oye por ahí. Y en lenguaje oral «abulló» suena «bulló». Recuerdo también lo que me dijo una vez Pere Melis, autor de «Espipollant». Me dijo que tenía el diccionario de Moll negro de tanto buscar palabras en él. Yo le contesté que lo tenía completamente nuevecito, precisamente por eso, porque recogía las palabras de oídas. López podía refrendarlas, porque era muy grande en eso, en dialectología y en buscar la etimología de las palabras. Un hombre hecho de palabras.