No hace falta ser filólogo ni lingüista para poder apreciar que el mundo de las apuestas está en alza. Es verdad que son apuestas figuradas, en las que en realidad no se apuesta nada, ya que toda apuesta que se precie debe llevar aparejado un riesgo, una cantidad de dinero en juego o, cuando menos, una confianza depositada en algo. Y hoy las apuestas no cuentan con nada de eso. Al menos, en el centenar largo de veces al día en que oímos que se efectúa una apuesta. No se apuesta nada; se apuesta por algo. Es decir, que donde deberían utilizarse verbos como «elegir», «escoger» o «confiar» todo acaba reduciéndose a una mera apuesta. Supongo que será porque -dejando a un lado la pobreza lingüística- cuando una expresión se pone de moda, ya no la para nadie. Digamos que todo el mundo apuesta por ella… Da igual si se trata de algo muy importante o de un asunto sin ninguna trascendencia: hoy se apuesta que es una barbaridad.
En resumen, ya no se hacen elecciones varias. Se apuesta. Hay que apostar por las energías renovables. Hay que apostar por proyectos que consoliden tal o cual cosa. Hay que apostar por la economía industrial. Hay que apostar por alimentos saludables no procesados. Hay que apostar por jugadores ofensivos. Hay que apostar en el país por la financiación del talento. Hay que apostar por un compromiso social. Hay que apostar por los productos de cercanía, apostando -cómo no- por las carnes, quesos, embutidos, conservas, frutas y verduras frescas de la región. ¡Maravillosa apuesta! Apostemos también por los autores y artistas locales. Hay que apostar por la FP. Hay que apostar por el capitalismo verde. Y por la educación sanitaria de la población. Hay que apostar más que nunca por el conocimiento y la innovación. Ni que decir tiene que hay que apostar por las carreras de ciencias. Hay que apostar por la reforma constitucional. Hay que apostar por el sector privado. Hay que apostar, más que nunca, por la mujer trabajadora. Hay que apostar por la atención primaria. Incluso hay que apostar por el Atleti. Apostemos, pues, cual si viviéramos constantemente en un hipódromo. ¡Si hasta la reina Letizia apostó el mes pasado por un vestido low cost!