Hace treinta años, India se encontraba en el puesto 115 de desarrollo humano de un total de los 191 que se someten a estos indicadores de la ONU. Pensaríamos a priori que a ese enorme y superpoblado país le quedaba un larguísimo recorrido para llegar a considerarse un buen lugar para vivir. Pero la sorpresa viene cuando, en la actualidad, tres décadas después, su nivel de desarrollo se desploma hasta el puesto 132. Es decir, van a peor.
El ránking lo encabezan Suiza, Noruega e Islandia y lo cierran los países más pobres del África negra: Níger, Chad y Sudán del sur. España está en el puesto 27 (rodeada por los Emiratos Árabes y Francia), para que se hagan una idea.
El caso es que en el transcurso de estos últimos treinta años el país ha crecido de forma desmesurada en muchos aspectos, pero se ha derrumbado en otros. Todavía pervive la nefasta segregación social del sistema de castas y la igualmente tradicional discriminación de la mujer, que a menudo es víctima de violencias que nadie parece saber frenar. Todos estamos acostumbrados a contemplar las estampas turísticas de un país tan colorido como desigual. Sus casi 1.400 millones de habitantes son un reto elefantiásico, a pesar del potente desarrollo industrial.
Y, sin embargo, la élite india ha decidido poner un cohete en el Polo Sur de la Luna, que es, a todas luces, algo súper necesario para todos nosotros. Un logro técnico, desde luego, un chute de adrenalina impagable para sus talentosos ingenieros... y un derroche incalificable de recursos económicos, humanos, de tiempo y de gestión que, tal vez, podrían poner al servicio de esa horda interminable de gentes pobrísimas que jamás saldrán de abajo por su mierda de creencias.