Decía Ortega y Gasset, refiriéndose a asuntos profundos como el lenguaje, que los herederos suelen ser un poco estúpidos. Disfrutan de aquello que no se han esforzado en conseguir y, si encima son desagradecidos, la cosa no tiene remedio. La Constitución española, para los que tuvieron que construirla en su momento, fue un dificilísimo juego de equilibrio y mesura, no exento de dolor. Éramos conscientes de que todo podía irse al traste en cualquier momento. Pero eso, ¿cómo se lo explicas a los que únicamente se han beneficiado de su existencia? Nos ha dado mucho y justo es reconocerlo y valorarlo. Pero a partir de un cierto día, el consenso se rompió y el frágil equilibrio logrado empezó a hacer aguas. Se volvió a la división absurda que tantas veces padecimos y todo el edificio democrático amenaza ruina.
La inmadurez hace que no seamos conscientes de las consecuencias de nuestros actos. Que rompamos el juguete y luego nos lamentemos de que ya no podemos jugar con él ni reconstruirlo.Cuando se desprecia, incumple, adultera o no se respeta la Constitución, se entra en un punto de no retorno que no presagia nada bueno. Controlar a los jueces no es el camino para cambiar de régimen. Deslegitimar al que no piensa como nosotros acaba con la libertad y deteriora la convivencia. Pero no queremos darnos cuenta hasta que nos destroza personalmente o nos toca de cerca. Por desgracia, ya ha pasado demasiadas veces.