A Juan Cubas y a María, su hija, su perpetuación…
En vuestro encuentro (que nunca intuiste como último) hallaste a un Juan Cubas inusualmente desanimado, tal vez porque el maestro, hombre inteligente, sensible, recordara (haciéndosela suya), la primera estrofa de «My way»: «Y ahora el fin está cerca. Y entonces me enfrento al telón final». Te apenó verlo así, aunque tu desazón fue, afortunadamente, muy pasajera, tan pasajera como la suya propia, la que hizo mutis por el foro cuando la conversación se centró en María, su hija (una actriz y persona inmejorables), en su familia y, ¡cómo no!, en el teatro. Entonces los ojos de Juan (que tanto dijeron desde un escenario) se iluminaron, de pronto, volviendo a ser los que habías observado invariablemente en el amigo ido…
Coincidisteis, por ejemplo, en que el teatro tendría que ocupar un lugar esencial en vuestro sistema educativo, al contener infinidad de valores, al ser suma perfecta de cuanto un ser debidamente formado ha de conocer y asumir. A saber: comprensión lectora, memorización, literatura, expresión oral, pintura, música, filosofía, sensibilidad, principios éticos, trabajo en equipo, responsabilidad, valentía, capacidad para resolver problemas de comunicación, solidaridad para con los que te acompañan en el trayecto y un largo etcétera. Al respecto le contaste el caso de Ignacio, un exalumno tuyo, tímido en demasía, que, a principios de curso, difícilmente era capaz de pronunciar su nombre en público y que, gracias a un taller de teatro, acabó por efectuar de manera notable un más que complejo monólogo… Estás convencido de que esa asignatura le mejoró la vida, la manera de vivirla…
Final y desgraciadamente los versos de «A mi manera» se cumplieron. Cuando leíste la esquela creíste adivinar la sensible mano de María o, tal vez, el deseo expresado por el propio actor. Los versos machadianos de su «Retrato» contenidos en ella definían, perfectamente, la existencia de Cubas. La muerte lo encontró «a bordo», dispuesto, aferrado a una mano, la mejor, «ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar», inequívocos frutos de la inamovible honradez de un hombre… Pero el poema de Machado puede aplicarse, en su totalidad, a la existencia de Juan… Parafraseándolo tienes ahora el grato deber de expresar quién fue el actor: hubo en él, efectivamente, «gotas de sangre jacobina», porque apostó por una izquierda sólida y por el desvalido, esa izquierda por la que apostó, sí, pero desde el «manantial sereno» de su respeto, tolerancia y estima hacia el oponente, siempre, para él, entrecomillado. Y, «más que un hombre al uso que sabe su doctrina, fue, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno»… Juan adoró la hermosura, pero desdeñó las obras dramáticas privadas de contenido humanizador, como, en los versos de Machado, «las romanzas de los tenores huecos»… Y conversó permanentemente con quien con él iba… Nada os debió, le debéis, en cambio, horas y horas sobre un escenario, conmoviendo, regenerando, modificando vidas, mejorando existencias y el mundo en general… A su trabajo acudió y con su dinero pagó, el traje que le cubrió y la mansión en la que habitó…
Y la manera de saldar vuestra deuda para con Juan no puede ser otra que la de obviar la desesperanzadora tesis de Cernuda según la cual todos acabáis por recalar «allá, allá lejos, donde habita el olvido». Es decir: recordándolo. Por tu parte jamás olvidarás a quien tanto te ayudó y del que tanto aprendiste… Eso y su inalterada amistad inmerecida…
Hace poco, efectivamente, como en la melodía de Frank, cayó el telón. Aunque sabes que lo importante no es la caída en sí, sino la representación (extraordinaria o no) que esa caída cierra y deja atrás. La vida a la que pone un punto –de seguro- «y aparte»… La de Juan fue ejemplar… Debiste decírselo en vuestro último encuentro... Eso y que si hay algo de bueno en ti, en gran parte, se lo debes a él, que te educó desde un escenario… ¡Gracias por tanto, maestro! En alteradas palabras de Miguel Hernández (y pasas a la primera persona): A mí también hoy me duele, compañero del alma, hasta el aliento…