Hasta no hace mucho, explicarnos la diferencia entre cómo son las cosas y cómo deberían ser era tarea de clérigos, moralistas, expertos, periodistas deportivos, filósofos y dirigentes políticos, pero ahora y gracias a los avances tecnológicos, ya lo hace cualquiera. Y por supuesto los meteorólogos, que a diario nos avisan de que las temperaturas no son las que deberían ser. Que no son lo que eran, vamos. Cosa que no nos extraña, puesto que según escucho desde hace años, nada es ya lo que era, y mucho menos lo que debería ser. España misma no es ni de lejos lo que debería ser, como hemos comprobado estos días en el debate de investidura del Congreso, pero tampoco el ancho mundo, que es casi lo contrario de lo que debiera, y hasta el propio Dios, de existir, no sería ni la sombra de lo debe ser un Dios verdadero, es decir, bíblico.
Me temo que quizá estamos llevando demasiado lejos el sentido del deber, porque si bien muchos ignoramos cómo deberían ser las cosas, buena parte de esos muchos, y cada vez más, están convencidos de que, así como son, seguro que no tendrían que ser. Menuda contrariedad. Esto aumenta los rencores, y también la distancia sideral entre la realidad tal como es, y la que según ellos debería ser. Entre las temperaturas imperantes y las debidas (las propias de las fechas), para entendernos. Nuestro sentimental sentido del deber (como debería ser todo) se ha agudizado muchísimo, y hasta en ciencias muy contrastadas (la biología, la historia, la termodinámica, la cosmología) surgen cada dos por tres grandes diferencias entre lo que hay y lo que debiera haber. Que enseguida nos las explicará alguien, naturalmente.
El exagerado sentido del deber siempre ha provocado catástrofes, pero esto de ahora es otra cosa. Porque tal vez por efectos de las tecnologías de la comunicación (la propaganda), las convicciones de mucha gente sobre cómo deberían ser todas las cosas (España, por ejemplo) son de lo más irreales y peregrinas. Esto también lo vimos en el debate del Congreso, donde la única coincidencia entre bloques fue que España no debería ser como es. Las temperaturas tampoco. En fin, esperemos que nadie lleve demasiado lejos su sentido del deber.