Hay un impresentable llamado Tim Gurner, empresario australiano inmobiliario, que se ha hecho famoso por sus venenosas declaraciones sobre los obreros. Su mierda de forma de pensar ha dado la vuelta al mundo, en este planeta global donde nos enteramos de lo que ocurre en el rincón más remoto. El tipejo este tiene en el banco seiscientos millones de dólares. Con eso, se podía dedicar a tomar el sol en cualquier paraíso tropical y disfrutar de la vida si su pequeño cerebro se lo permitiera. Pero no, es el clásico espécimen de codicioso miserable que siempre quiere más. Lo que ocurre es que no consigue más por su indudable talento empresarial o por su empeño o sabiduría, no. Lo que pretende es obtener más, atesorar más, a base de exprimir a sus obreros.
La gracieta por la que ha saltado a la palestra informativa es esta perla: «El paro debe subir hasta un 50 %. Tenemos que ver dolor para reducir la arrogancia en el mercado laboral». Este es otro que sueña con volver a los tiempos del vasallaje, cuando un aristócrata vivía a cuerpo de rey sobre las agotadas espaldas de la plebe. Lo terrible es que esos tiempos ya están de regreso y la prueba más palpable es que este gilipollas vive a cuerpo de rey, acumula más dinero del que puede gastar, y sus empleados no son capaces de acceder a una vivienda. Ni siquiera una pequeña y alejada. Nada que no conozcamos de primerísima mano. Lo publicaba el otro día la CNMV: los consejeros delegados del Ibex cobran 54 veces más que sus trabajadores. Para ponerlo sencillo: si el obrero gana mil al mes, el jefazo se lleva 54.000. Pero es el empresario el que protesta, no vaya a ser que a sus «arrogantes» empleaduchos se les ocurra pedir algo.