En los últimos días se han podido detectar los primeros atisbos de inteligencia en la inteligencia artificial, y aunque recuerdan al lloriqueo de un bebé, enseguida se han convertido en notición de alcance global. La cosa empezó con el fulminante despido de Sam Altman, cofundador y consejero delegado de OpenAI, empresa creadora del célebre ChatGPT, entre cuyos inversores está Microsoft y el magnate pirado Elon Musk. Este Altman es el genio publicitario que no hace mucho saltó a la fama universal advirtiendo de los peligros para la humanidad de su criatura inteligente, y exigiendo ante el Senado estadounidense que lo regulasen.
Que alguien me sujete, clamaba, que no respondo. Así que la junta directiva de OpenAI, se supone que previa consulta con su AI, le reguló de golpe bien regulado. Le echaron, en fin, única manera de que dejase de innovar el monstruo que estaba innovando. Vaya, una inteligencia artificial coherente, se admiraron los que todavía consideran la coherencia un signo de inteligencia. Pero no, para nada, la primera prueba del vigor intelectual de la AI no es esa. Porque de inmediato, Microsoft anunció el fichaje de Altman para que liderase su laboratorio de AI, y más del 95 % de la plantilla de trabajadores de OpenAI, muy ofendidos por la regulación, amenazaron con seguir idéntico camino hacia Microsoft, Nvidia, Salesforce y otros gigantes tecnológicos, que les recibirían con los brazos abiertos.
Ese sí que es el primer atisbo de inteligencia en la inteligencia artificial. Se contradice. Tras demostrar que puede ser coherente si le da la gana, y si no, no, ha aprendido al más difícil todavía de la inteligencia. A contradecirse, que es donde está la verdadera inteligencia. No existe inteligencia sin contradicciones. Este Altman exige que le regulen; su empresa inteligente le despide, y luego, sólo cinco días después, ante su marcha y la desbandada de inversores y trabajadores, dimiten los que le echaron, y él vuelve a su puesto de CEO y consejero delegado de OpenAI. Contradictorio, luego inteligente. Y todo para nada, que eso sí que es señal de inteligencia. Igual hemos presenciado los primeros berridos inteligentes de la inteligencia artificial.