En la apretada calle Santa Clara de Ciutadella, muy cerca de la Catedral, se abrió una de las grandes heridas de la Guerra Civil. El mal fue tan profundo que se extendió a Mallorca y todavía no se ha curado. El balance fue tremendo: cinco jóvenes ejecutados y unos familiares obligados a convivir con los asesinos. Una terrible historia que todavía enfanga las relaciones sociales de Ciutadella.
Todo ocurrió tres meses antes de la guerra, el 20 de abril de 1936. Unos guardias jurados pagados por terratenientes dispararon sobre una manifestación de obreros y mataron a un comunista: Dionís Gelabert, de 27 años, casado y con tres hijos. Los asesinos fueron detenidos, pero el juez solo les condenó a pagar una multa. Los obreros recurrieron la sentencia y fueron citados a declarar en Palma el peor día que les podía tocar: el 18 de julio de 1936, justo el día del golpe militar. Aquello provocó que cuatro conocidos izquierdistas abandonaran la Menorca republicana y quedaran atrapados en zona sublevada.
Uno de ellos, Jaime Gornés, era un talento del fútbol balear. Había sido delantero del Mallorca y ahora jugaba en el Constància. El 19 de julio lo asesinaron de una paliza en s'Arenal de Palma. Su cuerpo sigue enterrado bajo algún hotel.
De los otros tres no se sabía nada. Tras la guerra, sus familiares se cruzaban por las estrechas calles de Ciutadella con los verdugos sin poder pedir explicaciones. Algunos guardaban la esperanza de que hubieran sobrevivido.
La verdad se reveló en 1945, tras la derrota fascista en la II Guerra Mundial. Margarita Allés, viuda de uno de los desaparecidos, trabajaba de criada para uno de los terratenientes cuando la señora de la casa le hizo una confesión: su marido había sido asesinado en Bunyola, Mallorca. Uno de los guardias corroboró la versión. La mujer aguantó con la pena hasta la llegada de la democracia y en 1982 acudió al Registro Civil de Bunyola para inscribir oficialmente la muerte su marido.
Gracias al historiador menorquín Marc Pallicer, sabemos que los tres desaparecidos sufrieron un horrible calvario. Durante tres meses se escondieron en el Hospital General de Palma, pero el 11 de noviembre de 1936 fueron descubiertos. Josep Pons y los hermanos Sebastià y Tomeu Carretero fueron torturados y rematados de un tiro en la cabeza. Los cuerpos aparecieron en un torrente de Bunyola junto a siete vainas de bala. ¿Quiénes fueron sus verdugos? ¿Fueron los mismos guardias menorquines denunciados y llamados a declarar a Palma? No lo sabemos.
El Govern balear buscó en 2020 los cuerpos en el cementerio de Bunyola, pero no hubo éxito. Los huesos exhumados no coincidieron con el ADN de los familiares. Se ignora el lugar exacto de enterramiento. En el cementerio hay varios osarios y alguno tiene más de cien individuos. La hija de Margarita Allés y Josep Pons murió hace poco sin haber recuperado los restos de su padre.
Los descendientes de los verdugos también siguen viviendo en Ciutadella. Cargan con esta terrible historia en silencio. Preferimos no dar ningún nombre. Ellos también son víctimas.