A lo largo de la historia se registran determinadas crisis económico-sociales, cuya superación anticíclica supuso una transformación del orden institucional político-económico, consolidado en términos de larga duración. Aquí me refiero a la crisis de finales del siglo II (d. de J.C.) del imperio romano; pero su explicación requiere valorar la etapa económicamente expansiva que antecede a dicha crisis.
Veamos las características de la expansión económica de Roma y su particular alcance en Menorca, para valorar, en otro ensayo subsiguiente, los orígenes y desarrollo de la crisis referida y sus efectos en la Isla. A partir del siglo III (a. de J.C.), el mundo romano fue experimentando una decadencia política, que afectaba al senado de la República, sujeto al poder oligárquico, habiéndose generado un proceso político de respuesta imperialista, que se inicia con Augusto, acompañada de larga prosperidad económica; por entonces, el Mediterráneo ya era denominado por los romanos Mare Nostrum, vínculo unitario del imperio, impulsor de una edad de oro para la burguesía romana, que duraría casi dos siglos. En el mundo rural se había producido un secular proceso de creciente latifundismo, a costa de pequeños propietarios arruinados.
En el campo trabajaban la tierra los esclavos, en sentido estricto, carentes de todo bien y pareja (considerados instrumentum vocale o res parlante), viviendo en un cuartel bajo el control de un villicus; y en la civitas vivían los hombres libres o ciudadanos romanos. El campo vendía los productos agrarios a los mercados urbanos, que adquirían los ciudadanos para su manutención alimenticia; y los artesanos de las urbes, organizados en collegia profesionales, vendían sus bienes (tejidos, cerámicas, y otras manufacturas) a los consumidores provenientes de los ámbitos rurales. Al servicio de todos ellos estaban los comerciantes en el foro, las ferias, las tabernas o tiendas y bancos; así como las curias públicas ofrecían sus servicios administrativos. Esas relaciones mutuamente complementarias daban estabilidad al sistema. Ese equilibrio productivo y comercial entre el campo y la ciudad se asentaba en un firme y sostenido orden monetario en torno al áureo, moneda de oro, garante de la unidad dineraria en el mundo romano, y en las operaciones mercantiles con la ribera mediterránea y con el exterior, particularmente con el mundo oriental proveedor de oro y bienes suntuarios. En la hacienda pública estatal los impuestos eran indirectos, puesto que la fiscalidad sobre los flujos mercantiles era eficiente y cubría los gastos públicos del Estado. Se trataba de un sistema capitalista librecambista, apoyado en una estructura social esclavista, que afortunadamente menguaría en su crudeza a través de la liberalización oficial del cristianismo en el siglo IV, y después con el aumento de la manumisión de los esclavos, ya en un nuevo marco socioeconómico.
A Menorca llegaría la romanización en el siglo II (a. de J.C.) y hasta entonces los menorquines no practicaron plenamente una economía monetaria, que introducirían los romanos en la Isla; no por ello los insulares habían dejado de intervenir en el comercio mediterráneo. Los estudiosos Gornés y Gual relacionan una notable actividad económica en Menorca con acuñación de moneda ibicenca a partir del siglo III (a. de J.C.). Estudios arqueológicos marítimos muestran la actividad mercantil naviera practicada en torno al fondeadero de Calescoves desde el siglo IV (a. de J.C.) hasta el siglo VI (d. de J.C.). El tráfico implicaría secuencialmente a todos los puntos cardinales, de Magna Grecia a Cartago, de Próximo Oriente a la Bética y a la costa catalana, y de Marsella al Norte de África. Se ejercieron servicios portuarios de transporte, que forjarían una sociedad diestra en el comercio marítimo y en la construcción naval, siendo un emporio mediterráneo.
Finalizadas las luchas en la península ibérica, Quinto Cecilio Metelo, cónsul al mando de una flota, emprendió la conquista de Balears, en el año 122 (a. de J.C.). Caída Mallorca, Menorca no ofreció resistencia. Los romanos, habitualmente respetuosos con las instituciones locales, ratificaron la denominación puerto de Magón, siendo erigida la comunidad como municipio, conforme el régimen de la República romana. Por entonces los menorquines destacaban en el arte de la construcción. Entre los años 98 y 103 (d. de J.C.) existen indicios de que los romanos construirían una calzada entre las dos ciudades más importantes de la Isla, que constata el miliario hallado en Alcaidús, de inscripción imperial. También introducirían innovaciones anticíclicas como el uso del arado romano y apoyarían la construcción naval, base del comercio marítimo de los menorquines.
La causa inicial de la crisis económica de finales del siglo II (d. de J.C.) en el Imperio romano fue el término de las guerras de conquista, que supuso la desaparición de la fuente de mano de obra esclava en las diversas y múltiples explotaciones económicas del mundo romano, lo cual ocasionaría la caída del imperio de occidente, al hallarse privado del factor trabajo de alta productividad. Por su parte, la prosperidad menorquina se iría fundando, a la postre, en la integración entre diversos sectores económicos de ventaja competitiva, beneficiándose de las ventajas de una efectiva economía monetaria, particularmente a partir de su vinculación y disfrute de la prosperidad del imperio romano bizantino, receptor, a su vez, de la influencia humanitaria creciente del cristianismo, en contra de la esclavitud.