Por lo visto, dentro de no mucho tiempo, el ser humano alcanzará los 130 años. Por no decir que tal vez consiga la inmortalidad. O, lo que es lo mismo, vivir toda la eternidad. La eternidad es siempre. Es larguísima. No se acaba nunca. Los científicos y los médicos lo ven muy posible. Ya existe una especie de medusas que es inmortal, y en Suecia tienen un abeto de 9.500 años. A mí todo esto me produce como un vahído que me tira al suelo, la verdad. Por no hablar del repelús que me da. Estar aquí toda la eternidad, menudo castigo (no sé si divino o qué).
Pero el hecho es que la mujer más longeva del mundo, que se llama María, vive en Olot y ha llegado a los 116 años. La buena mujer –que por lo visto ha llevado siempre una existencia muy sana, sin ninguna clase de vicios– ya no camina ni oye nada, pero su cerebro está en buenas condiciones. Mucho mejores que el de otros seres humanos –como yo, por ejemplo– que no se acuerdan de nada y sufren unas lagunas terribles ya en la cincuentena. En fin, que esta mujer está siendo muy investigada, estudiada y supongo que manoseada, con la finalidad de descubrir cómo lo ha hecho. De todas formas, para llegar a los 130 no es suficiente con llevar una vida sana y cuidarse, sino que serán necesarias unas operaciones celulares no exentas de agresividad. Fantástico. Y yo lo que me pregunto es para qué querría alguien en su sano juicio vivir 130 años. No me cabe en la cabeza por muchas vueltas que le dé. La ciencia tiene que seguir con sus avances: no estaríamos aquí a nuestra edad de no ser por las mejoras higiénicas y los antibióticos. De acuerdo. Pero de esto a tener que inflarnos a medicamentos antienvejecimiento hay una gran diferencia. Parece que de momento dichos medicamentos se están administrando a perros. Pero todo se andará. Yo no entiendo para qué querría nadie quedarse aquí para siempre. Es que no lo entiendo. Toda la eternidad, que es siempre y no se acaba nunca. Como una medusa…