Hubo un tiempo en que se nos vendió la moto de que cuando una sociedad avanzaba las prohibiciones retrocedían. Con el tiempo nos hemos dado cuenta o que bien no era verdad el producto que se nos vendía, o bien que nuestra sociedad no avanza tanto como queríamos.
Desde hace un tiempo a esta parte nos bombardean de noticias, de leyes, de proclamas, con las que nos hacen sentir como verdugos de nuestros vecinos. Lo que hace unos años lo vivíamos desde la normalidad, ahora por Decreto-Ley está proscrito. Lo blanco es una tonalidad del gris y el púrpura vete tú a saber.
Los dictados indirectos acondicionan nuestras vidas. De momento, no nos obligan a que cumplamos con ciertos modos de vida, pero nos prohíben lo contrario. O al menos, nos penalizan por ello. La carne, la repostería, el pescado…, la moda, las viviendas, los vehículos… El poder instituido nos reinicia a su conveniencia y nos impone -en cierta manera- qué comer, qué coche conducir, dónde vivir, con qué medio de transporte viajar.
De momento no prohíbe, pero tampoco nos da variedad para elegir. Nos impide pescar sin autorización administrativa. Nos impide cazar tordos careciendo de otra autorización administrativa. Nos impide aparcar si no abonamos el tique del parquin. Podremos tumbarnos en la arena si pagamos la tumbona. Pero hay cosas que no son lógicas. Son acciones tendentes para ganar dinero, como la Ecotasa y el recargo a las bolsas del supermercado. ¿Por qué si pagamos la bolsa de plástico del supermercado no se contamina y si nos la regalan sí?
Y eso no ocurre sólo en España, no. España va a la cola, por supuesto. Y si además le ponemos un poco de folclore nuestro, tonadillera incluida, mejor que mejor. Eso sí, vivimos felices por habernos subido al carro del progreso, eso que tanto voto arranca y tanto se suele hablar en boca de los políticos y asimilados.
Pero España sigue siendo diferente. Copiamos parte y desechamos otra. La cotización es copia y pega. El retorno es olvido. La picaresca de aquel Lazarillo de Tormes sigue presente aún hoy en el siglo XXI y a más alto nivel que antaño. En eso sí. Estamos en alza.
Hubo un tiempo en que los intelectuales se leían la prensa extranjera. Ahora, cuando la dificultad del idioma no debería ser barrera alguna, continúa siendo difícil encontrar un medio que despierte el interés de un lector afamado en encontrar algún resquicio que le llene una pequeña porción de su búsqueda.
La globalización lo puede todo. Y con algunos medios, más.
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