Hoy he vuelto a recordar las palabras que un día me dijo mi madre: «Cuando me faltaba poco para dar a luz fui a visitar a la Virgen de Bonany y le rogué: si lo que llevo dentro es un niño, me gustaría que fuese sacerdote». Cuando yo tenía diez años, al preguntarme si quería ser sacerdote, respondí: «Sí, me gustaría». Más tarde, ya mayor, consulté a un amigo sacerdote sobre aquel sí tan espontáneo. Dicen -decía él- que la vocación del niño ya está en cierta manera en la madre...
Hace ochenta años, tener una familia un hijo que desease ser sacerdote, era una noticia que causaba regocijo espiritual y alegría de todos. Fue diferente la impresión que tuve cuando era párroco de Santa Ponça. Al terminar la catequesis infantil pregunté a una madre: «¿Te gustaría que tu hijo fuese sacerdote?». Me respondió con otra pregunta: «¿Cuánto va a ganar?». Con mi sonrisa se acabó la conversación, y quedé pensativo: el sentimiento religioso se nos ha ido. Es urgente una reevangelización, empezando por el primer anuncio. Si San Junípero volviera a Mallorca nos diría: Aquí hay más ‘indios' que en California cuando llegué allí, pero no bastan las lamentaciones.