En diciembre de 1964 los Rolling Stones publicaron la canción «Heart of Stone» («Corazón de Piedra»). Por aquel entonces, Manuel era un joven de veinticinco años que se dejaba ver por discotecas y salas de fiesta a la caza de un amor furtivo. No sé si tenía el corazón o la cabeza de piedra, cabeza que, contrariamente a la moda de entonces, llevaba casi rapada y tenía de una redondez perfecta, de modo que parecía un gran melocotón con la pelusa cortita. No sé por qué me acuerdo de Manuel ahora. No era mal parecido, pero no sabía inglés. Abordaba a las turistas un poco gesticulando y otro poco inventando palabras que nunca existieron, y que provocaban a risas a los ingleses, que cabeceaban y le decían «yes, yes», en medio de un mar de risitas. Cuando algún compañero de fatigas conseguía bailar con una chica guapa, se le acercaba y decía: «¡Qué suerte tienes, qué suerte tienes! Debe de ser maravilloso hacer el amor con una chica tan guapa». Era como uno de aquellos personajes de Delibes, que nos enseñaron que eran secundarios porque solo decían una frase o dos, como en la novela «Cinco horas con Mario», donde un personaje se pasaba todo el rato repitiendo esta frase: «Qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena». Ese era Manuel, un galán secundario de los años sesenta. No muchos años después lo vi con la cabeza de piedra apoyada en la fachada de piedra de su casa. Tenía los ojos cerrados y se notaba que padecía mucho dolor. No sé qué clase de mal dolent o larga enfermedad sufrió, pero sí sé que murió joven, a lo peor sin llegar a hacer el amor con la chica preciosa de sus sueños. Corazón de piedra, cabeza de piedra; morir y volver a la piedra. Pensé que el hombre se acerca a la piedra cuando se siente morir, quiere confundirse con ella, comulgar con ella, regresar a su seno, el seno del que salió, porque el hombre no viene de la patata, sino de la piedra. Heart of Stone.
Manuel era un muchacho vital, Primitivo. Le gustaban las películas de Bud Spencer, «Dios perdona… yo no», «Ojo por ojo», «Los cuatro truhanes», etc. Bebía para desinhibirse, decía que bebía el vino malo que les daban a los presos para hacerles confesar, decía que estando borracho se envalentonaba, que podría enfrentarse a una cuadrilla de gilipollas y los agarraría por el cuello y agarrados por el cuello los levantaría como si fueran plumas y los pies se les moverían de un lado a otro y les harían así, je, je… Manuel, dónde debe de andar Manuel… Se volvió de piedra.