Nunca me pusieron un título como este, «La pereza», para desarrollar en una redacción, cuando era escolar. A lo mejor me habrían puesto: «Los zánganos», porque a los perezosos nos llamaban así. (Buen nombre, dicho sea de paso, para un conjunto de música pop). Lo que ocurre es que entonces la pereza estaba muy mal vista. Era considerada pecado, uno de los siete pecados capitales. Por algo dice la Biblia que Dios puso al hombre en el paraíso para que cuidara el jardín del Edén. (Dijo: «A este que le den»: «Al este del Edén»).
La pereza era pecado porque desobedecía el mandato divino de esforzarnos en mejorar. Era la madre de todas las guerras… digo, de todos los vicios. Hay que ver cómo cambian las cosas, porque ahora explican que la pereza no es tan negativa como nos la pintaron. Dicen que aumenta la creatividad, porque cuando estamos inactivos, la mente sigue trabajando y se nos ocurren buenas ideas. Aseguran que entonces somos más eficientes, y que la pereza, la desaplicación, la mandra, sa vessa reduce el estrés. Hace años leí en «La colmena», de Camilo José Cela, que la pereza podía generar los mejores versos de un poeta, y él debía de saberlo, porque en cierto modo hablaba de sí mismo, puesto que fue poeta antes que novelista. Y otro premio Nobel, García Márquez, aconsejaba algo así: «No trabajes tanto, que las mejores cosas nos llegan cuando menos lo esperamos». Súper, como dirían hoy en día: «Soy superperezoso y me va superbien, oye. Me mola un montón». Ya se sabe: léase «Pérez Oso».
Lo malo es que también dicen que a menudo la pereza conlleva baja autoestima y falta de motivación. «La ley del mínimo esfuerzo» nos echaban en cara en el colegio. Decían que no hacíamos más que «mirar las musarañas». Y ahora resulta que todo eso se relaciona con nuestros antepasados, que se veían obligados a ahorrar recursos físicos para sobrevivir en un mundo adverso. «Cosas veredes que no crederes». Ahora se considera que la pereza es un recurso contra la angustia de un futuro incierto. La pereza surge cuando no tenemos interés en lo que debemos hacer, porque creemos que no vale la pena. Después está lo de las hormonas; la falta de serotonina genera apatía. La serotonina es producida por las neuronas para comunicarse. Para favorecerla hay que comer frutas y verduras, pero también escuchar música, tomar el sol, hacer ejercicio, ser positivo, evitar el alcohol, etc. En definitiva, hay que ser perezoso para dar primero y ser listo, según la ley de Jesucristo.