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Quedan olivos en el huerto de Getsemaní. Sus hermosas cortezas surcadas de arrugas nos traen el recuerdo de lo que un día fueron testigos. En Mallorca también hay olivos, que también tienen arrugas, como los de Getsemaní. De modo especial en esa cordillera mallorquina que nos conduce al Santuario de Lluc, la Reina de Mallorca. Esos son los olivos que han ido dejando siglo tras siglos los peregrinos que iban a Lluc a visitar a su Virgen.

El olivo es ese árbol impasible que presenció indiferente la angustia agónica del Hijo de Dios vivo, donde la resina no brota del olivo como aquellos cedros del Líbano, que la lloran gota a gota entre pátina de nieves y distancia; sin embargo el olivo es un árbol generoso, pródigo hasta morir, dando flores y frutos.

La Semana Santa, que algunos quieren quitar del calendario, cierra el mensaje de la espiritualidad y el mensaje de la justicia y verdad. Frente a las increíbles claudicaciones del hombre moderno, frente al relativismo de los indiferentes, frente a la corrupción de unos y al oportunismo de otros, hay que decir la verdad sin tapujos, llamar ladrón al que roba, tirano al que abusa del poder, especulador al que nos exprime. Medio mundo hoy es dolor, tragedia, llanto, hambre. Muy cerca viven los pueblos de la úlcera, los desheredados del mundo, los que claman justicia, los que peregrinando por la vieja Europa, sólo piden que les den un trozo de pan y un lugar para no pasar frío. Mucho frío hacía en aquel huerto de Getsemaní cuando el Hijo de Dios, hecho hombre era crucificado. Debajo de la cruz: su madre, Juan el Bautista y María Magdalena.