George Harrison tiene una canción titulada «Here comes the sun» («Aquí viene el sol»), porque en los países como Gran Bretaña donde llueve mucho, la gente suspira por la alegría que da el sol. Entre nosotros el título anhelado sería «Aquí viene el agua», sobre todo últimamente, cuando ha llovido tras una prolongada sequía. El agua es fundamental para la vida, es más, la vida empezó en el agua, donde se desarrollaron las primeras plantas que a su vez dieron origen a los seres animados más primitivos. El origen del agua todavía es desconocido, pudo llegar con la caída de asteroides y luego, al condensarse el vapor del agua, surgieron las nubes, que propiciaron la lluvia y crearon los océanos. De modo que, si nos quedamos sin agua, se nos va la vida. De hecho, los muertos se quedan sin agua, secos. Se quedan a oscuras, dejan de beber –y de comer-, se pudren y a la larga se convierten en polvo. Todos desaparecemos, no queda nada. Pervivimos en la memoria de los seres queridos, pero ellos también mueren –dejan de beber agua- y no queda huella de nuestro paso por el mundo. Nada.
Bob Dylan se preguntaba cuántos años puede existir una montaña antes de que sea arrasada por el mar. Muchos, desde luego, contando el tiempo con la medida de una vida humana. Pero los padres salesianos me enseñaron que eso no es nada comparado con la eternidad del castigo por el pecado, que dura para siempre, siempre jamás, o bien contando con la medida del tiempo del universo, que es casi tan infinita como la imaginación religiosa. Los científicos, que son más pedestres, calculan que si soltaran todo el arsenal nuclear que nos amenaza desde muchos países y la humanidad se extinguiera, la tierra tardaría 5 millones de años en rehacerse, los animales 7 millones en volver a pulular como antes del hombre y la huella de nuestra civilización llegaría a desaparecer totalmente al cabo de decenas de millones de años.
Todo esto contando con la persistencia del agua. Una decena es un conjunto de 10 unidades, según el diccionario. En plural serían, como mínimo, 20 millones de años. Nadie resulta tan longevo, ni siquiera si pudiera meterse en una cápsula del tiempo, sumergida en el agua, fuente de la vida. En consecuencia, nadie podrá volver empezar después de que acabemos de destruir el mundo, algo que ya estamos haciendo no solo a base de amenazas, sino de guerras tan candentes y crueles, tan cercanas que están a las puertas de Europa o al fondo del Mediterráneo. Solo el agua.