Si estimaran, que no creo, que podrían catarla para moldear su cuerpo antes del verano, deberían meditar que aquella dieta no fue voluntaria, sino que sobre Sancho el Craso se ejerció una dictadura alimenticia dado su temple levantisco. La archivera Ángeles de Irisarri profundizó en ello de la mano de los cronistas que relataron el viaje a Córdoba, en el 959, de Toda o Teuda, reina de Navarra, quien solicitó de su sobrino Abderramán III, entonces el RH no se inquiría, el envío de un galeno para que adelgazara a su nieto Sancho, rey destronado de León a causa de su exuberancia adiposa. Pesaba 230 kg y no podía andar.
El Califa le envió al sabio judío Hasday con la manda de que se allegaran los reyes cristianos a Córdoba a rendirle vasallaje, augurando que Sancho sería aliviado. Antes, había sido depuesto por los nobles que, no contentos con burlarse de su balumba, le sustituyeron por Ordoño IV. El pacto fue aliviarlo y ayudarle a recuperar el trono, convenidas dádivas para el líder omeya. La dieta consistía en infusiones con agua de sal, menta o melisa, brebajes de verduras, cola de cerezo, miel de enebro y arrope de saúco. Para soportar ese suplicio se le ató a la cama; y pasar de la gula al ayuno fue más apurado que pasar de flaquezas a reniegos. El régimen le hizo perder 120 kg en cuarenta días, pero ni siquiera eso parece posible... Una manzana tóxica de otro jardín edénico le proveyó la dieta definitiva, con su leyenda…