Quién lo iba a decir, que se pudiera morir de éxito. En las islas canarias están haciendo manifestaciones para controlar la excesiva afluencia de turistas. En otras zonas pasa otro tanto, como por ejemplo en Barcelona, sobre todo en las inmediaciones de la Sagrada Familia. En Menorca hay playas, como Macarella donde el tráfico rodado ha puesto la carretera imposible cuando esta está concebida para el tráfico rural. En sa Naveta des Tudons hay gente que va y mira sin causar ningún deterioro. Otros, por el contrario, sin atisbo de vergüenza ni respeto, se suben sobre este emblemático monumento. No me extraña que en Menorca ya se hayan manifestado en contra de la masificación turística. El turismo crea riqueza, sí, sobre todo para quien vive de él. Los demás lo notan, mejor dicho, lo sufren, cuando llega la temporada y ven que algunas cosas han subido de precio, sobre todo el marisco. No es igual comprarlo en noviembre que en julio o agosto. No es igual ir a una terraza junto al mar a tomar unos calamarcillos a la plancha cuando todas las mesas están ocupadas teniendo que hacer cola esperando que una quede libre que ir al mismo sitio cuando algunas de las mesas están vacías.
Quién lo iba A decir, que la festa de Sant Joan se vería afectada por una aglomeración excesiva de visitantes a punto de que la más bella y ancestral manifestación ecuestre, podría yo decir del mundo, pierde mucho de su genuina belleza porque caballos y cavallers no pueden ni moverse. Estoy por asegurar que ninguno de sus visitantes observa las orejas de los caballos, (dicho sea de paso una raza, la menorquina, preciosa), pues sepan que con las orejas los caballos expresan lo que sienten, incluso lo que intuyen, no en vano, el caballo es un cuadrúpedo muy inteligente. Para el caso que me ocupa, en Menorca cavallers y caballos son la razón y el sentir de unos protocolos festivos centenarios que siguen casi intactos a cuando fueron creados. Hoy, la afluencia masiva y desordenada de la gente hace que la fiesta de Sant Joan corra el peligro de morir de éxito. Dios no lo permita.
La cabalgada de Sant Joan necesita su espacio vital para que luzca en todo su esplendor. Ese atropellado conjunto de personas, de caballos y cavallers, dista mucho de ser una manifestación armónica porque no se saborean los distintos actos viniendo a parar en un totum revolotum. A eso hay que añadir que no son pocos los que creen que «empinar» el codo en demasía es parte de la fiesta, con una licencia añadida, que si la agregan los que buscan la ocasión de tan torpe como peligrosa actitud, bien está coger ese «puntito» que da dos o tres «pallofes»; lo peligroso es beber como si el mundo fuera a terminarse, ponerse de gin hasta las orejas, lo que no es otra cosa que una soberana estupidez que incluso avergüenza a quienes están alrededor.