Hay datos que a menudo se nos escamotean. Y otros que se exhiben a modo de bandera de la victoria. Entre unos y otros solemos encontrar la realidad. Uno de los ocultos nos dice que el año pasado medio millón de españoles abandonaron el país en busca de mejores oportunidades, especialmente jóvenes con altas capacitaciones que aquí no encuentran las condiciones laborales que ameritan. En el otro extremo, el Gobierno ondea el estandarte del empleo -con datos precocinados- y el crecimiento del PIB. Es natural que quienes gobiernan presuman de sus logros, pero sería más honesto mostrar el balance entre lo conseguido y lo que falta. La verdad es que nunca sabremos con exactitud en qué posición se encuentra España, porque la mayor parte de lo conseguido es a base de adquirir pesadas deudas, hoy ya impagables, y cuyos intereses suponen un auténtico lastre para el país: más de 30.000 millones al año.
Quien se sienta en la cúpula de la estafa piramidal, Pedro Sánchez, anima ahora a las autonomías a recaudar y gestionar más impuestos, como hacen País Vasco y Navarra y como pronto hará Catalunya. La idea es buena, o lo sería si la población a la que van a sablear tuviera algo que ofrecer. Recordemos que solo tres regiones aportan -Madrid, Catalunya y Balears- y las otras doce reciben (exceptuamos las dos con régimen foral), algunas en cantidades asombrosas: Andalucía, Canarias, Galicia. Donde gobierna la derecha está mal visto cobrarles más a los ricos, por lo que solo quedan esquilmar el bolsillo de los obreros y esos, ay, están vacíos. Entonces ¿la conclusión? Emigrar como hace ese medio millón de españoles cada año o asumir que el ochenta por ciento de España es pobre. Y vivir en consecuencia.