Que durante décadas, desde el siglo XIX, la industrialización española se haya localizado en el noreste del país no es una sorpresa para nadie. La presencia de la frontera francesa tanto en el País Vasco como en Catalunya y la tradicional conexión marítima entre los puertos del Cantábrico y los británicos eran las dos ligaduras para la exportación y eso posicionó a estas regiones no solo a la vanguardia económica nacional, sino también en cuanto a creatividad, talento empresarial y nivel educativo. No se sacan adelante industrias punteras con mano de obra barata y poco o nada formada. Hoy, casi doscientos años después y cuando la mayor parte de aquella industria decimonónica ha desaparecido, el mapa de España sigue mostrando una enorme brecha en el ámbito educativo.
Salvo Madrid –una isla en el centro del país que prospera por ser la capital–, solo el norte mantiene una cualificación educativa elevada (por encima del 40 %), mientras la mitad sur se desangra. Como dato comparativo, mientras en Euskadi casi el 56 % de la población tiene título universitario, en Balears es el 33,5 %. ¿Es que aquí tenemos menos ganas de estudiar, menos talento, menos capacidad? ¡No! Es que nuestra industria dominante solo demanda brazos, y apenas un puñado de titulados superiores para tareas administrativas o directivas. El resto se ocupan en el sector público. Pero es que incluso Canarias, Extremadura y Andalucía, las regiones más pobres, nos superan en formación académica y eso debería hacernos reflexionar y reaccionar. Solo quedan por detrás de Balears Murcia, Castilla-La Mancha –con una población muy envejecida– y Ceuta y Melilla. Luego hay quien se pregunta por qué no damos la talla en productividad.