Ver a cientos de jóvenes sentados en el suelo porque estaban ocupadas las 800 sillas del escenario de la plaza de España en Madrid donde acaba de celebrarse el Festival de las Ideas, permite mantener viva la esperanza de que esto aún tiene remedio. Ha sido un Festival en el que pensadores de primera línea como Lipovetsky o Sloterdijk han contado sus impresiones sobre el mundo de hoy, sobre los retos a los que nos enfrentamos, sobre la importancia del diálogo y la palabra, sobre la necesidad de que aprendamos a escuchar y a formarnos nuestra propia opinión de las cosas. Recuperar hoy esos valores es más necesario que nunca. En un mundo donde la inmediatez, el egoísmo y la estupidez campan a sus anchas, escuchar a estas voces que propugnan dialogar, argumentar o compartir es un acto de rebeldía.
Necesitamos tener nuestro tiempo para pensar y procesar lo que nos llega, pero sobre todo voluntad de querer entender lo que el otro nos propone en lugar de imponerle lo que nosotros queremos. Hay que recuperar la importancia de la palabra. Y hay que reivindicar el silencio. Pero en nuestras vidas hoy hay un ruido planificado y permanente que todo lo invade. En lugar de estar pegados a las pantallas y de llevar en los auriculares la música más estridente, quizá deberíamos mirar las caras de quienes tenemos enfrente, y dejar que en nuestros auriculares sólo se escuche el silencio.
Es descorazonador ver cómo hemos convertido nuestras vidas en pasatiempos, en distracciones estériles que poco o nada nos aportan. Creemos que jugamos a videojuegos cuando en realidad son los videojuegos los que juegan con nosotros atándonos a esa frenética necesidad de pasar pantallas o de comprar ayudas que nos permitan pasarlas. Hay que reivindicar el dolce far niente que nos permita estar con nosotros mismos para pensar, para sentirnos, para detener el tiempo, o cuando menos las prisas por llegar a ninguna parte. La ignorancia nos lleva al aislamiento y el aislamiento nos hace vulnerables a la manipulación. A fuerza de no pensar hemos dejado que nos conviertan en hooligans de conceptos o ideas que no son reales. ¿Cómo entender, si no, que la inmigración sea en el último CIS la mayor preocupación para los españoles en lugar de la vivienda o la sanidad? Nos han ‘hooliganizado’ y hacemos nuestras las consignas y la demagogia de quienes saben que cada día somos más manipulables. Por eso ver a todos aquellos jóvenes sentados en el suelo escuchando atentamente una charla de filosofía me permite creer que, quizá, no todo está perdido.